Vivir de la lucha libre es un sueño al que hoy pocos aspiran. Una década después de haber pisado por primera vez la arena México, la ilusión del Artillero no muere, se alimenta en cada entrenamiento y crece en las batallas que el pancracio le impone.
“A mi me mantiene en la lucha libre el amor que le tengo y no pierdo la esperanza de que este deporte recupere la fuerza de años pasados. Respeto a esta disciplina y por eso sigo en ella”.
Celosa al límite, la lucha libre roba tiempo, cariños y no pocas veces el calor de la familia, tributo que el rudo ha pagado sin dudar, “además de la lucha me dedico a muchas cosas, soy un mil usos, no tengo un trabajo fijo. He sido albañil, he estado en tiendas, bodegas, no duro mucho porque la lucha es muy demandante. No puedo sostener una rutina de trabajo porque en este medio viajas mucho y no puedes andar pidiendo permisos todo el tiempo”.
El tiempo, la vida, se le ha ido en los gimnasios y las arenas, empezó a azotarse a los 16 años pero sigue aguardando paciente la gran oportunidad: “No he formado una familia, estoy casado pero no hay hijos. Sé que en algún momento cuando lleguen las cosas se verán diferentes. Así como vivo ahora estoy bien, es cuestión de planificar, quiero tener una familia pero no dejar la lucha libre”.
Debutó en la arena México un viernes de febrero, en el 2005. El día no lo tiene bien claro, pero si que ha sido maravilloso luchar en la empresa, “es lo más grande que me ha pasado, pisar la México es lo mejor para un gladiador. Sé que no me equivoqué al decidir ser luchador”.
Las lesiones lo han respetado, salvo leves raspones o torceduras no ha sufrido nada tan fuerte como para alejarlo de la actividad que lo hace vibrar, “es cierto que la lucha ha evolucionado y uno se tiene que meter aunque no quiera en ese ritmo. En lo personal prefiero la lucha a ras de lona pero la afición de ahora le gusta más el circo que es volar todo el tiempo, se ha perdido la tradición y el estilo clásico”.
Un gusto y pasión que junto a su hermano Súper Comando heredó de su padre Príncipe Odín, el talento ahí estaba y años más tarde el profesor Tony Salazar terminó de pulirlo, “cada día me levanto con la ilusión de volver a luchar, desde que despierto estoy ansioso. Al momento que entro a la arena o simplemente al gimnasio de la arena México todo cambia en mi”.
Su máscara es la aliada preferida de este malandrín, sin ella se siente desnudo, extraño, ajeno, un hombre común y corriente: “Es mi vida, con ella me transformo y soy lo que quiero ser. Un luchador aguerrido, rudo, que me gusta hacer enojar a la gente, la he defendido muchas veces, lo mismo en jaulas que en mano a mano”.
En sus inicios batalló defendiendo la bandera de los científicos, volaba mucho, hoy se mueve mejor a ras de lona, en contacto con las bases del pancracio, “ahora no siento que pueda cambiar de bando. Sigo preparándome a la espera de una oportunidad grande, después de tanto tiempo trabajas todo el tiempo en la técnica y la condición, no puedes prepararte para una lucha en especial sino para todas las batallas”. Y en ese esfuerzo ha empezado, quizá sin darse cuenta, a transmitir los conocimientos adquiridos en el ring, “no me considero un maestro, sólo comparto lo que sé y al mismo tiempo me mantengo en forma, entrenar con jóvenes que traen mucha hambre me ayuda a exigirme para no quedarme estancado”.
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