Solía acosar a su víctima
La mató con saña y libra feminicidio en Iztacalco
Hoy el cordón de seguridad que la policía instaló en la escena de crimen aún circunda una de las canchas del deportivo de la colonia Zapata Vela
(Foto: Archivo El Universal)
Alfredo golpeó a Estela con un tubo metálico. Le partió la cabeza, le fracturó el rostro, golpeó brazos, piernas y el resto del cuerpo. La violó con el metal y la sujetó por el cuello hasta asfixiarla. Hoy, ella está muerta y él enfrenta un proceso pero no por feminicidio, sino homicidio.
Para la Procuraduría capitalina no hubo elementos suficientes para que la muerte de Estela fuera considerada como un feminicidio. Aunque la ley dice que la violencia ejercida contra una mujer, la violación o las lesiones degradantes son suficientes para calificar el delito como feminicidio, la juez Esperanza Medrano Ortiz vinculó a proceso a Alfredo Castillo López por homicidio calificado.
Hoy el cordón de seguridad que la policía instaló en la escena de crimen aún circunda una de las canchas del deportivo de la colonia Zapata Vela. La cinta amarilla hace recordar a quienes conocían a Estela, que fue ahí donde ella murió. Pero también es prueba de que en ese parque público se cometió el asesinato.
Ese es un motivo más indicado por el código penal para calificar el crimen como feminicidio. Y es que la ley dice que si el agresor exhibe el cadáver de su víctima en un lugar público, deja de considerarse homicidio, para tipificarse como feminicidio.
ENGANCHADOR. Ahí en ese deportivo de Iztacalco, Alfredo solía acosar a su víctima. Así lo dice Ángel Lazcano, padre de Estela, quien cuenta que ella tenía 16 años cuando conoció a un grupo de adolescentes que vivían en las canchas del gimnasio. Ahí, la menor encontró el hogar que ella había perdido al ser desalojada junto con su familia de una casa que invadieron en Gustavo A. Madero.
Pero también encontró a Alfredo, el hombre que la engancharía a la droga. Él, 17 años mayor que Estela, le ofrecía estopas con el solvente que a ella le negaban en los negocios de la zona.
Cinco pesos pagaba por inhalar el activo. Su consumo reiterado la hizo dependiente de la droga y de Alfredo.
QUERÍA DEJAR LA DROGA. Muestra de ello son los mensajes que Ángel guarda en su teléfono celular. Ella le pedía ayuda a su padre para salir de la calle, de la droga y del hombre que reiteradamente la amenazaba con matarla si negaba a pagar sus deudas. Y como castigo a la morosa, él solía violarla frente a la mirada de sus compañeros de calle.
Según la ley, esas amenazas, actos violetos y acoso, forman parte también de las razones para juzgar el asesinato de una mujer como feminicidio. Pero tanto los testimonios, como el grito de ayuda de Estela fueron ignorados por los juzgadores y por la familia de la víctima.
Los primeros terminaron por encarcelar a Alfredo como homicida. Los segundos recibieron un último mensaje de Estela diciendo que la ayudaran, que necesitaba dejar las drogas y regresar a la escuela. El recado enviado horas antes de su muerte, nunca fue contestado.