¡ESTAMOS HARTOS!, DICEN
Empresarios guerrerenses son víctimas del crimen
En Chilpancingo, dueños de negocios huyen por ataques de sicarios
Imagen: Dassaev Téllez
Vania Pigeonutt
En Chilpancingo
La señora María ve atónita cómo después de dos días trabajadores de la tienda “Los Barateros” siguen sacando escombros.
Ropa quemada, hecha casi cenizas, que de colores alegres tienen un tono negro y huelen a carbón. A la señora se le escapa una lágrima: “¿Es que por qué no fue Aurrerá, por qué no aquellas grandes empresas?, ¡había ropita de 30 pesos!”.
El edificio rosado de tres pisos donde se lee aún el nombre: “Los Barateros” con su logotipo, se consumió casi por completo. Entre las cenizas los empleados de la tienda, cuyo dueño, Waldo Díaz Vázquez, regalaba ropa a comunidades sin ser político, sacan prendas y las dan.
Desde el sábado, antes de las 21:00 horas, cuando Protección Civil reportó el siniestro hasta hoy, hay mensajes, sobre todo en redes sociales de lo ocurrido. Gente cuenta que ése no fue un incendio casual, sino provocado; el mismo Waldo narró lo ocurrido: hombres armados entraron al almacén de tres pisos, amenazaron a todos que salieran e incendiaron con gasolina.
Son días complicados para la clase empresarial que se reunió para pedir un encuentro con el gobernador Héctor Astudillo Flores porque no pueden seguir al acecho del crimen organizado. La situación tiene que cambiar.
¿QUIÉN SIGUE?
Esta vez fue Waldo Díaz, pero se preguntan: “¿Quién sigue y bajo qué circunstancias?”. Chilpancingo está secuestrado, suelta un propietario de forma anónima: “¡Estamos hartos!”.
Los empresarios han tenido que marcharse de Guerrero o están aquí con temor, esperan con seriedad una respuesta o que todo cambie.
En la calle Miguel Alemán, cercana al zócalo de Chilpancingo, hay al menos 20 cortinas de negocio abajo. Algunas dicen se renta, otras se observan abandonadas. En la capital, el cierre de negocios y huida de propietarios de negocios por violencia se triplicó.
Waldo Díaz no comió hasta el lunes porque no tiene muy claro qué hará. Sus empleados, fieles, remueven hasta el último escombro. “Tenemos que limpiar y continuar”, comparte uno.