Persiste guerra por la droga en Ciudad Juárez

Jefe sicario revela sanguinaria guerra por droga en México

El Cártel de Sinaloa quiere meter 'cristal', "pero no nos vamos a dejar", dice Jorge, líder de la Línea, brazo armado del Cártel de Juárez

Foto: Captura de pantalla

Al día 21/10/2016 06:03 Redacción Actualizada 10:41
 

Por Luis Chaparro 

Ciudad Juárez, Chihuahua

La paz en Ciudad Juárez está por terminar. Jorge, el hombre que viaja en el asiento del copiloto, está involucrado en el fin de los tiempos de paz.

Un viejo que se hace respetar dentro del Cártel de Juárez, por ser casi un miembro fundador y quien ahora sólo conserva los contactos de su vida pasada por amistad, me contactó con Jorge. En el último año, este jefe de La Línea (brazo armado del Cártel de Juárez) y yo nos hemos encontrado siempre de la misma manera: yo conduzco y él habla. Sólo así se siente seguro. Hasta hoy, todos los augurios —buenos y malos— que me ha dado han resultados ciertos a corto plazo. Hoy me da otro: “Agárrate, que ahí viene lo bueno”.

En 2013, el diario estadounidense The New York Times publicó un titular que era al mismo tiempo cierto y no: Ciudad Juárez, una frontera conocida por sus homicidios, regresa a la vida, se tituló el artículo que describía cómo esta ciudad se convirtió en la más violenta de América, y ahora, con el regreso de bares, restaurantes y una vida nocturna, además de un notable descenso en el número de homicidios, dejaba atrás aquel pasado de asesinatos y secuestros.

Lo cierto es que de los cientos de establecimientos que cerraron sus puertas en 2010 por miedo a sufrir extorsiones, por amenazas o secuestro de sus dueños, 90% habían regresado para 2013. Las cifras de homicidios descendieron de tres mil en 2010, a 485, una cifra muy alentadora. La parte no cierta es que Ciudad Juárez jamás regresó a la vida.

Desde finales de 2008 y hasta finales de 2012, el Cártel de Juárez y el Cártel de Sinaloa se enfrentaron a tiros en las calles, bares, restaurantes, funerales, iglesias… pero el final de esta guerra fue una frágil tregua y una extinción de sus miembros, como lo explica Gustavo de la Rosa Hickerson, quien fue visitador de la Comisión Estatal de Derechos Humanos en Ciudad Juárez en ese periodo.

“Lo que sucedió fue que se mataron entre ellos. Se murió tanta gente y se dieron tan duro, que parte de que la violencia disminuyera fue por la extinción de sus miembros, y quienes sobrevivieron huyeron”, dijo.

Jorge dice que hubo una tregua: la orden fue seguir trabajando, pero discretos, es decir, no asesinar en lugares públicos.

“Es mentira que Juárez ya cambió. No ha cambiado absolutamente nada, nomás la orden es que seamos más discretos, que no tiremos a la gente en la calle, por eso hay un chingo de cementerios clandestinos. Ahora hay que quemarlos, enterrarlos o echarlos a las alcantarillas”, relata Jorge.

A tres años de aquel titular, la ciudad se vuelve a tensar. Desde el pasado mes de julio la tendencia ha aumentado de un homicidio, en promedio, al día, a 1.6, según estadísticas oficiales. El mes de julio cerró con 13 homicidios reportados, mientras que en septiembre sumaron 20.

El Criko vs La Chiva

A Jorge le dan bonos por asesinar a vendedores de cristal (metanfetamina cristalizada). Si es un jefe, le pagan hasta 3 mil pesos, si es un vendedor de calle puede ser menos.

“Ahorita, Juárez es lo máximo para la heroína, le sacas 100% de lo que inviertes porque piden tanto aquí como en El Paso [Texas], piden y piden y no nos damos abasto aunque trabajemos las 24 horas”, dice.

Jorge es un jefe de células. Es decir, tiene un rango medio dentro de La Línea. Él es la conexión entre el Cártel de Juárez y Barrio Azteca, una pandilla nacida en Texas que hace el trabajo sucio del cártel. Él se encarga de reclutar personas para cruzar droga a Estados Unidos, de surtir los puntos de venta de heroína, de comprar autos para cargarlos de droga, de supervisar los talleres donde se abastecen, de coordinar a la gente al otro lado de la frontera para saber si el estupefaciente llegó, de reclutar agentes de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) y de asesinar a los adversarios o miembros insubordinados. Por eso está por comenzar una guerra junto a otros miles de “indios”, miembros de Barrio Azteca.

“La guerra está porque la gente de Sinaloa quiere meter el cristal y no nos vamos a dejar, hay órdenes de hacer lo que sea para no permitir nada de eso. ¿Cómo van a llegar a la casa de uno a querer hacer cosas que no?”, dice Jorge. Su preocupación no tiene una raíz moral, al contrario, es utilitaria, de mercado.

“La gente que usa el cristal nomás dura tres años y se muere, nos están matando a la gente, y ese dinero se nos va a nosotros, porque eso que se gastan en el cristal lo pueden usar en la heroína”, se queja.

Jorge anuncia que los refuerzos y las armas han llegado a Ciudad Juárez, que se comenzarán a ver de nuevo los autos con impactos de bala, la sangre regada en banquetas, la confusión y el terror en los rostros.

“Esto [los homicidios registrados hasta hoy] no es nada, ahí viene lo bueno. Tenemos que acabar con ellos desde la raíz, hay que matarlos y hacerles saber, mandarles mensajes. Te lo digo, ahorita en estos meses viene lo mero bueno, porque no pensamos dejar ninguna tienda de ellos”, advierte.

La organización a la que pertenece Jorge tiene más de 2 mil miembros en Ciudad Juárez, unos mil en Chihuahua y otros 5 mil en Texas, de acuerdo con la Organización de los Estados Americanos (OAS en inglés). “Ya mandaron traer indios [miembros de Barrio Azteca] de Chihuahua, de El Paso, y ya se juntaron los de aquí. También todos estos meses estuvieron cruce y cruce cargamentos de armas, de R-15, chivos [AK-47], pistolas, escopetas, de todo para tumbar a aquellos”, cuenta Jorge.

El mismo fiscal general de Chihuahua, Jorge González Nicolás, en conferencia de prensa reconoció el mes pasado que el aumento en el índice de homicidios en la ciudad se debe a la disputa por el narcomenudeo.

“Ahora el tráfico y venta de la droga cristal es lo que provoca las ejecuciones, pero son entre personas que distribuyen este estupefaciente (…) Los grupos aún no dejan Chihuahua y no lo van a hacer, este enfrentamiento aún no termina”, dijo.

“Como un puesto de hamburguesas”

Jorge es un nombre falso que el jefe de La Línea eligió para no ponerse en peligro por hablar con EL UNIVERSAL. Su nombre real está en una lista de ingresos y salidas del Cereso de Ciudad Juárez. También está en la cárcel del condado de El Paso. Ha entrado y salido 22 veces del Cereso y seis de la cárcel del condado al otro lado de la frontera. La primera vez que entró fue por robo a casa-habitación, y ahí aprovechó para hacer otro trabajito: “Maté a un líder de otra pandilla, 16 picahielazos”.

La Línea le tiene respeto y confianza, ha sido un soldado fiel. Antes de entrar al Cereso, hace 13 años, Jorge era halcón para el cártel. La Línea aún no nacía.

“Yo traía un teléfono y mi trabajo era estar todo el tiempo vigilando que no viniera la policía. Cuando la veía les avisaba y ya clavaban la droga o el dinero, lo que fuera”, cuenta. Hoy ha escalado posiciones y gana hasta 3 mil dólares “por trabajito”.

Para Jorge su trabajo actual se ha vuelto algo parecido a estar encargado de un puesto de hamburguesas. “Esto es como un negocio normal, como vender hamburguesas. En esto trabajan familias completas, la mamá, el papá, los hijos, hasta la abuelita. Es que no hay trabajo, por más que estudies, no hay trabajo”.

—¿Cuánto se paga por un viaje cargado a El Paso? —pregunto a Jorge.

—Si llevas negra [heroína] son mil dólares por carro. Por la coca se pagan 750 dólares por carro, y por mota 500 —detalla.

A Jorge le quitaron los documentos migratorios cuando fue arrestado al otro lado. Sin embargo, esto sólo le dio una ventaja: él ya no cruza, sino que recluta cruzadores y los pagos de los que habla son los que él ofrece a sus reclutas. A él le pagan hasta el doble, pero como en todo hay jugadas chuecas: “A los que llevan los carros no se les dice cuánto ni dónde. Les decimos ‘llevas dos kilos’, pero nomás en la batería del carro le caben dos kilos, imagínate cuánto no cabe en las puertas, los asientos, el motor”.

Jorge asegura estar enviando un promedio de 30 autos al mes cargados con más de cinco kilos de heroína a Estados Unidos.

“Y eso nomás yo. Como yo hay otros cientos. Más los carros que se nos caen, que nos trampan en la frontera. Pon tú que enviamos tres todos los días y nos agarran uno, ya con los otros dos nos recuperamos”, dice.

Pero La Línea se está asegurando de que eso suceda cada vez menos.

“Los agentes están comprados. Los cargamentos fuertes pasan por la garita, pasan por Migración, están bien arreglados. Un carro los saluda y les da un sobre con mucho dinero, y ya nomás les dice qué color y qué marca es el carro que viene cargado y lo dejan pasar”, relata.

Aquí en Ciudad Juárez sucede lo mismo. Jorge asegura que las autoridades locales están “en la nómina” del cártel.

“Aquí nomás les hablamos al oído y dicen que sí siempre, están en la nómina”, dice. El otro punto fuerte para la heroína en Ciudad Juárez, dice, es el mismo Cereso.

“En el Cereso se vende de todo, si quieres putas de la calle, menores, te las traen del centro para menores, de la femenil, lo que quieras. Claro que la heroína también, es más, ahí se vende más barata que afuera y está más buena”.

De regreso al trabajo

Los tres celulares de Jorge no han parado de sonar. Esta entrevista se hizo en tres sesiones, en tres días distintos y sus teléfonos nunca callaron. Durante estos tres días dejó a uno de sus subordinados a cargo del changarro, él es uno de quienes han estado llamando.

“Si se enteran los jefes que dejé a este güey encargado, no me la acabo. Es que aquellos no se dan abasto, trabajamos todo el día y piden y piden y piden”, dice.

Cuando terminamos la tercera entrevista, Jorge se abalanza sobre uno de sus teléfonos, el que ha sonado más insistente. Responde, dice un nombre, explica que anda ‘con unas personas’, pero que ya va de regreso. “Ahí te dejé de comer. Son 50 piezas, cortas y largas”, cuelga.

Sin pedirle explicaciones, Jorge escupe un monólogo: “Hay que darle jale a la gente. Yo he salvado más vidas de las que he quitado, y las he quitado nomás cuando se lo ganaron a pulso. Aquí no hay trabajo, aunque estudies para licenciado o doctor, de qué sirve si no hay trabajo. Una maquiladora paga 100 pesos al día por ocho horas. A veces pienso en mis dos niñas, en mi esposa, pero ni modo, es la única manera de sobrevivir aquí, no hay trabajo”.

Le pregunto que si le ve fin a la guerra y al tráfico de droga.

“Esto nunca se va a acabar, es una demanda que jamás se va a acabar, estamos peleando con un enemigo muy grande: con el dinero, y por el dinero todos hacemos de todo”, dice antes de bajar del auto.

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