en Morelos

La desgarradora leyenda de amor que ronda al Cerro del Tepozteco

El terreno es una reserva natural de 24 mil hectáreas de extensión, protegida por las autoridades ambientales gracias a su también riqueza arqueológica

(Foto: Javier Ramírez, El Gráfico)

Al día 23/01/2018 12:14 Javier Ramírez Actualizada 11:23
 

Este es un escape del mundo para todos, un respiro para el alma, ejercicio para el cuerpo y una muestra de que la flora, fauna y gastronomía de nuestro país sobrepasa lo mágico, exquisito y extraordinario.

Esta semana El Tepozteco, ubicado en el Pueblo Mágico de Tepoztlán, en el estado de Morelos, cumple 81 años de haber sido declarado Parque Nacional, envuelto en una historia mística que encierra al México prehispánico y que aún florece en el mundo posmoderno.

El terreno es una reserva natural de 24 mil hectáreas de extensión, protegida por las autoridades ambientales gracias a su también riqueza arqueológica. 

El Cerro del Tepozteco simula torres y columnas con sus peñas, y alrededor de él ronda una leyenda indígena tan desgarradora e impresionante como el sentimiento de haber llegado hasta la cima, a 600 metros sobre el Valle de Tepoztlán desde la cual se puede ver la majestuosidad morelense.

Lugareños cuentan que en un tiempo inmemoriable, en la época en la que un grupo de tlahuicas emigró más allá de las fronteras del Valle de México, existió una bella doncella pura en toda su expresión, hija del líder de esa comunidad.

Por ser de abolengo, por ende distinguida, tenía a su cargo el cuidado y limpieza de los altares y templos adoratorios dedicados al dios guerrero azteca Ometochtli Tepoztecatl, uno de los dioses del pulque, la fecundidad y la cosecha, ubicados en el Cerro del Tepozteco.

De reputación intachable, la mujer era protegida por una guardiana, quien la seguía día, tarde y noche, para resguardarla de cualquier mala intención o mirada indiscreta.

La protectora cumplió su misión, pero jamás imaginó que pronto todo se quebraría. Un día, mientras la princesa se bañaba en las aguas frescas de un río cercano, un pajarito de color rojo descendió desde lo más alto del cielo a las faldas del Cerro del Aire, y se posó sobre la rama de un árbol, para enseguida entonar silbidos esplendorosos, propios del edén.

Tanto ella como él disfrutaron de ese concierto desde la primera vez y entraron casi de inmediato en sintonía, por lo que la escena se repitió por un par de meses más. Al tercero, mientras ella veía su rostro reflejado en las cristalinas aguas de la zona, el pájarillo dejó caer una de sus plumas coloridas y la princesa la atrapó con sus manos.

Enseguida la colocó en su cabello, junto a las varias flores que comunmente adornaban su coronilla. Esa fue la última vez que ambos se encontraron, lo que derivó en tristeza y nostalgia para la mujer.

Al paso de los días, sus padres notaron que se veía desmejorada, había perdido lozanía en su rostro, el cual lucía demacrado. Espantados, acudieron con el curandero, quien les dio la gran noticia: estaba embarazada.

La madre se desmayó y el padre enfureció, invadido por la negación pues aseguraba que su hija era casta. Por ello mandó a desaparecer a la guardiana.

A pesar de todo, la doncella dio a luz a un niño, robusto y vigoroso. Sin embargo, el padre nunca lo aceptó y para evitar el escándalo en la familia, lo arrojó a un hormiguero para que muriera devorado por los insectos. Pero éstos, sorpresivamente y como guiados por una luz divina, lo alimentaron con cientos de migajas que tenían de sus provisiones.

Al otro día, al darse cuenta de que su plan había fracasado, el hombre trasladó al pequeño a un maguey para que pereciera ante los fuertes rayos del sol; cuando se fue de ahí, la planta inclinó sus pencas para darle sombra, y le proporcionó sus gotas de leche de aguamiel.

Aunque le parecía increíble que sobreviviera a todo eso, el infeliz abuelo todavía intentó una tercer vez asesinar a su propio nieto, y lo colocó en una canasta para arrojarlo al río.

De nueva cuenta el destino sonrió a favor del menor, pues una pareja de ancianos lo recogió cuando lo vio y lo adoptó, para darle todo el cariño que aguardaban pues nunca pudieron concebir.

El niño creció rodeado de jacales y en medio de la naturaleza, y por haber sido engendrado por el Dios del Viento, poseía dones mágicos cuando se trataba de conseguir alimento para su familia.

Cuenta la leyenda que por aquel tiempo, en Xochicalco, cerca de lo que hoy es Cuernavaca, había un gigante malvado devorador de hombres, temible en toda la extensión de la palabra.

Para enfrentarlo y evitar una masacre mayor, cada semana era enviado un individuo, pero nunca nadie regresaba... hasta que le tocó el turno a Tepoztécatl, ese joven valiente hijo de la hembra que no conoció varón.

En el camino, después de despedirse para siempre de sus abuelos, recogió varias lajas de obsidiana filosa, pues estaba decidido a acabar con el martirio de su pueblo.

Al llegar vio al monstruo frente a sus ojos, quien lo devoró sin más. Adentro, el muchacho empuñó sus navajas contra las entrañas de aquel ser maligno y lo mató. Enseguida subió a la punta del cerro para prender una fogata que anunciara con humo blanco la victoria.

Desde entonces, la comunidad vivió agradecida y Tepoztécatl fue elegido como el rey de Tepoztlán, cuya fiesta se celebra cada 8 de septiembre. Además, en su honor nombraron al cerro como El Tepozteco, en donde se escucha su soplo y se mira aquella nube blanca simbólica de su triunfo.

En la punta aún quedan los restos de sus templos donde se le divinizó. A esa zona arqueológica, construida entre 1200 y 1300 d. C., sólo se puede llegar a pie caminando aproximadamente una hora, con pequeñas pausas para descansar y admirar el paisaje. 

Si decides aventurarte a este mágico destino, recuerda que está abierto todos los días de 9:00 a 17:30 horas y cuesta 55 pesos. Lleva suficiente agua, tenis y ropa cómodos, además de protector solar.

Al inicio hay una frase que reza: “No intente subir si son las 16:30 horas”. No le hagas mucho caso, pues seguro llegas aunque sea a lo último.

(Fotos por Javier Ramírez)

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