¡Casi mágicas!
Conmovedoras e impactantes historias de abuelitas mexicanas
(DE IZQ A DER) Esperanza, María Catalina y Claude Francoise nos cuentan en exclusiva las hazañas de sus vidas
Esperanza, María Catalina y Claude Francoise (Foto: Tanya Guerrero)
Con textos de Tanya Guerrero, publicados en la sección La Edad de Plata
ESPERANZA, BAILARINA
La pasión por el baile es su carta de presentación: “Yo quiero morir en la pista. Ya se los dije a mis hijos: Si muero bailando saben que morí feliz”.
Desde niña, Esperanza Aguirre García supo que tenía talento. La facilidad, gracia y elegancia para entregarse al público mediante el baile lo demuestra sin presunción.
Desde kínder, aprendió ballet clásico, hawaiano, flamenco, paso doble y polca en la academia de Gloria Garza, maestra que forjó en Esperanza la dedicación y exigencia que esta disciplina necesita.
“Ella era el tipo de maestra que decía: Ustedes váyanse a vender pepitas, no sirven para bailar, son unos costales de papas. Ahí es cuando te preguntas si avientas la toalla o sigues y aprendes”.
Pero Esperanza nunca dudó. Estar sobre un escenario le llenaba el espíritu, dejando el dolor físico a un lado. Por eso estudió baile profesionalmente en esa academia por cinco años, para a los doce comenzar con el teatro infantil en la compañía Minsa.
Realizaba funciones en las escuelas primarias caracterizando a Caperucita Roja o a Alicia en el País de las Maravillas.
El sueño de su madre de ver a la Güera brillar como artista se vio cumplido en muchas ocasiones. Formó parte de la academia de Andrés Soler de la generación que amadrinó la actriz María Félix. Realizó fotonovelas, obras de teatro experimental y estuvo en el concurso Orquídeas del Cine Nacional, organizado por la Asociación de Periodistas, en donde tuvo una participación destacada.
Salir en revistas y periódicos como Tv Farándula y El Universal Gráfico como Liz Kanzler, la promesa artística del momento, fue una de sus muchas satisfacciones.
Con este nombre artístico alemán, fue como la presentaban en uno de los centros nocturnos de la ciudad más famosos en la década de los sesenta y setenta: el Quid. Ahí, formaba parte del ballet que acompañaba a artistas como Noelia Noel, Ana María de Panamá y otras vedettes del momento. De bailar música disco, flamenco y brasileiros con sus compañeras, pasó a abrir el show de las grandes divas, cantando como solista
“El aplauso del público me alimenta mucho. Significa que diste algo de ti a esas personas y que supieron apreciarlo, que les gustó y que estás preparada para dar más”, comenta la Güera, mientras recuerda los cinco años que trabajó en ese y otros centros nocturnos.
Fue la época que disfrutó más. Trabajaba en la Tesorería del Distrito Federal y alternaba este trabajo con los ensayos del ballet y el show en el Quid. Salía del centro nocturno a las cuatro de la mañana para ir a dormir unas cuantas horas y al otro día entrar a trabajar. Los horarios y el esfuerzo nunca le pesaron porque para ella, el baile es sinónimo de vida.
“Me da seguridad, libertad y acercamiento a lo más bello que hay. Es una pasión la que tengo. Para mi, estar sobre un escenario es una sensación grandiosa, el baile es la vida y es lo que yo quiero seguir haciendo siempre”.
MARÍA CATALINA, MAESTRA
En lugar de ir a aprender, María Catalina Ramirez iba a la escuela para enseñarle a multiplicar a sus compañeros.
Cuando las maestras se tomaban un descanso, le pedían a Cata que les pusiera en el pizarrón sumas, restas y multiplicaciones. "Me encantaba hacerla de maestra y yo feliz cuidando al grupo".
Cuando de niña jugaba a la escuelita a Catita siempre le tocaba ser la maestra. Tal vez porque leía mucho, tal vez porque siempre fue autodidacta.
Entró al kinder a los 11 años porque no le gustaba estar encerrada en otro lugar que no fuera su casa.
Extrañaba a su mamá y fue de ella quien aprendió a ser amorosa y cariñosa con sus alumnos. "Es importante que una maestra sea siempre compasiva con los estudiantes".
Hija de campesinos y con un padre amante de la música, Cata creció escuchando en casa a Franz von Suppé y Tchaikovsky, mientras miraba los ensayos de la banda de música que formó su papá.
Todo lo que su él ganó trabajando en el campo y su madre cociendo vestidos, lo invirtieron en la formación de sus 9 hijos que crecieron en Bajío de Bonillas, cerca de Silao, Guanajuato.
Pasó de primer año de primaria a tercero y de tercero a quinto. Era la más aplicada del salón y como tal la reconocían.
"Como era campeona en declamación, durante el aniversario número 100 del nacimiento de Hidalgo, me tocó declamar frente al presidente de la República un poema larguísimo dedicado al cura".
Con promedio de 10 en preparatoria, Cata eligió la carrera de Letras y entró como maestra a la secundaria No. 6.
"Fui muy feliz en esa escuela. Conocí maestras muy valiosas que influyeron mucho en mi manera de ser, me orientaban para leer y preparar mis exámenes y eso influyó en mi ética profesional", comenta la mujer de 75 años, de los cuales 40 dedicó a la docencia.
Cambio las matemáticas por la poesía porque piensa que el arte puede sanar el mundo. Su pasión: la poesía social, esa que hace al hombre más humano. El tipo de literatura que trasciende.
"La estética potencia la ética. Si vives en un lugar agradable y bonito lógicamente tendrás deseos agradables. Si vives en un lugar feo, tus institutos criminales salen a flote.
Una sociedad como la nuestra necesita más arte y una forma de acceder a ella es siempre la poesía".
CLAUDE, EN DOS MUNDOS
Claude Francoise Juffet nació por órdenes del General De Gaulle.
"Al término de la guerra, este hombre tomó el poder y dijo: 'Francia necesita hijos'. Entonces mi padre le dijo a mi madre: '¡Pues a hacer otro hijo!", comenta Claude con un gesto de sarcasmo en la sonrisa.
Francia, el país que en 1946 la vio nacer, estaba sumido en la aguda depresión que un año antes dejó el fin de la II Guerra Mundial. Se hablaba de reconstrucción, pero la carencia se sentía en las calles. Familias como la de Claude tenían que entregar tickets que el gobierno les daba, a cambio de raciones medidas de carne, leche o pan. En el suburbio de Bagnolet, a las afueras de Paris, vivió una infancia ceñida por la escasez. En esta condición, sin refrigerador, sin baño y sin calefacción en su hogar, inició el periodo de los treinta años de restauración del país.
Como la más pequeña – y precoz – de tres hermanas, aprendió la lectura y la aritmética a los cuatro años. Jugaban a que ella era la única alumna de la clase y tenía que adivinar sumas con números invisibles. Al kinder llegó sabiendo leer y escribir.
Entró a los 12 años a estudiar al Liceo que le quedaba más cerca de su casa. En transporte público, diario hacía una hora de ida y una de vuelta para llegar a él.
Fue entonces que Claude descubrió por primera vez lo que terminaría por definir su vida: esta mujer de 70 años, se ha movido siempre entre dos mundos.
Como hija de obreros y nieta de campesinos, en el Liceo al que iba se notaba mucho el contraste económico: la mayoría de sus compañeros eran hijos de comerciantes de clase media; Claude, en aquel momento, no. Sin embargo, afirma que aunque era consciente de esta diferencia, sacó el mejor provecho de eso.
“Es algo que toda mi vida he sentido. Para mi, es una riqueza pertenecer a dos mundos diferentes. Supe siempre aprovechar los dos y sentirme bien en ambos. Elijo esto porque tengo una curiosidad insaciable”.
A los 18 empezó la primera de las cuatro carreras universitarias que tiene. Gracias a una beca, estudió Ciencias Políticas en la escuela de élite en Francia y al mismo tiempo, Sociología en La Sorbona de Paris.
Así, de nuevo, Claude se encontró entre dos mundos.
“Todos mis compañeros eran de la clase alta, entonces había mucha diferencia en cosas como ropa y dinero. La forma de pasar el tiempo libre era muy diferente también, pero aún así me llevaba muy bien con todos”.
Pero esa brecha se cerró durante la década de efervescencia que cambiaría al mundo. En 1968, jóvenes estudiantes franceses salían a las calles para exigir que el general De Gaulle – el mismo por el que Claude nació – dejara el poder después de mantenerlo por más de una década. Más de un millón de personas, entre ellos estudiantes y obreros, llenarían las calles el 13 de mayo para exigir su derrocamiento. Claude también estaba ahí, escribiendo con gritos y consignas la historia.
Años más tarde, entraría a trabajar en una empresa de mercadotecnia, especializándose en la industria farmacéutica. De ahí nació la apasionante profesión a la que actualmente se dedica: el psicoanálisis.
Entró a estudiar la carrera de psicología porque notaba que los médicos tendían a recetar antipsicóticos y tranquilizantes sin terapia de atención alterna.
“Desde los 16 años me interesaba mucho Freud, pero después de hacer estudios sobre los medicamentos psicotrópicos, comprendí que a veces los problemas de las personas tenían solución con terapia”.
En 1993 se mudó a Sens, una comuna que queda a una hora de París, donde comenzó su carrera como psicoanalista atendiendo a presos. Para darles mejor atención, estudió la carrera de Criminología.
“Para todo el mundo es muy difícil quitarse las malas costumbres, en especial para los delincuentes. Se necesita mucho trabajo. El reto es aceptar la vida como realmente es porque mucha veces la gente tiende hacia lo irreal. Piensa las cosas como las desea y no como son", comenta la psicoanalista.
Hace cinco años que Claude salió de Francia y hasta la fecha, pacientes que la conocieron allá siguen llamándole por teléfono para ser atendidos por ella. Extraña París, pero siente una profunda pasión por México, este otro mundo al que Claude ama pertenecer.