Anthony
Lydiette Carrión
Las cifras son conocidas, pero quizá de tanto repetirlas, dejamos de comprenderlas:
México tiene un vergonzoso primer lugar en materia de abuso sexual, violencia física y homicidio de menores de 14 años, entre los países miembros de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE).
En nuestro país, se estima que unos 4.5 millones de niños son víctimas de delitos de abuso sexual (y sólo el 2% denuncia). Y México también es líder en producción de pornografía infantil.
No sólo se trata de violencia sexual. Ese primer lugar en violencia física y homicidio contra menores de 14 años implica tantas violencias: negligencia de cuidados, golpes “para educar”, abandono, malos tratos, explotación para hacerlos trabajar o delinquir, privarlos de la escuela…
Es sabido, estudiado y comprobado que la falta de cuidados y maltratos en la niñez producen adultos rotos que, en el mejor de los casos, pasarán su vida reconstruyéndose y en el peor de los casos, se convertirán en abusadores y maltratadores. Cuando se mencionan los abusos, las tragedias, se suele preguntar ‘¿dónde estaba la madre?’, como si fuera la mamá la única responsable del cuidado y el amor hacia los niños.
México es un país de madres adolescentes, solas, pobres y sin educación. México es un país sin políticas sólidas y realmente efectivas de apoyo a las madres que trabajan; es también un país en el que culturalmente se exime al padre de toda responsabilidad. Pero sobre todo, es un país en el que nos han hecho creer que la educación, los cuidados, la crianza, es un asunto de la vida privada. Y se deja a la deriva a las familias, a las madres solteras, pero principalmente se deja a la deriva a los hijos. Y la justicia es sorda.
Basta mencionar el caso de Mireya, que pasó años enteros denunciando al padre de sus tres hijos por violación. La jueza que conoció el caso, entregó la guardia y custodia de las víctimas al padre. Por ello, Mireya decidió terminar con su vida y la de sus hijos (junto a los abuelos).
Cuando leemos estos casos, pensamos que son historias aisladas; que no ocurren cerca de nosotros. Pero en realidad, el abuso se encuentra normalizado. ¿Qué tal el caso de Anthony, esclavizado y torturado por sus tíos? Once personas vivían en la casa donde vejaban al pequeño de cinco años. Nadie dijo ni hizo nada. Algunos vecinos declararon que no se metían porque pensaban que estaban regañando o pegando a sus hijos.
En este país, líder en dolor a la infancia, ¿cómo será el futuro?
GLOSARIO DE SUPERVIVENCIA Infancia: ¿Destino?