Buenos hijos, malas parejas
Dentro de las ideas más comunes cuando se elige pareja es que sea un muy buen hijo, concepto que en la mayoría de las veces es confundido con hijos demasiado apegados a sus padres que, como dice la terapeuta de pareja Tere Díaz, terminan siendo malas parejas y hasta malos padres.
No hay que confundir, dice la experta, hay que valorar el trato respetuoso y compasivo de los hijos hacia los padres, aspecto que habla de la calidad de la persona, con aquellas que tienen mamitis y no dejan espacio en sus vidas para la vida en pareja por estar siempre al extremo pendiente de los padres.
Clasificados
Básicamente, existen dos tipos de “malas parejas/buenos hijos”; unos son los hijos crónicos y los otros, los hijos modelos. Los primeros son aquellos que dan prioridad a su papel y funciones de hijos sobre las de pareja y padre; es decir, su papel de hijos es más importante de cumplir que el de amante y progenitor.
Si son requeridos por sus padres, no importa la hora o los planes establecidos con su pareja o hijos, los cancelan porque sus papás lo necesitan, aunque sea sólo para cambiar el canal de la tele.
Entre sus argumentos para actuar de esta manera están frases comunes como “ellos han hecho todo por mí”, “están enfermos y solos”, “no tienen a nadie más”, en fin, que terminan actuando más como padres o madres de sus progenitores, que como hijos adultos y responsables.
También tienen la característica de necesitar abiertamente de la opinión o permisos de los padres para tomar decisiones, que las más de las veces sólo deberían de consultarse en pareja.
Los hijos modelos, por su parte, son aún más dependientes ya que además de no dar un paso sin la autorización de sus padres, creen que su verdadera familia es la de la casa paterna y luego los que llegaron después, incluida la pareja que ellos eligieron (o les ayudaron a elegir) y los hijos que “les tocaron”.
En la vida de estos hijos modelo, tan al pendientes de sus padres, hay muy poco espacio para la convivencia en pareja, y más aún para solucionar los problemas que la vida amorosa implica, lo que refleja una incapacidad de independencia.
El meollo del asunto
Estas personas tiene problemas de madurez que les impide relacionarse maduramente con sus parejas y, peor aún, ser guías de sus hijos.
Ya que, como dice Díaz, quien no ha conquistado una dotación suficiente de independencia no está listo para hacer pareja. De tal manera, estos hijos crónicos y ejemplares (malos ejemplos para sus hijos), no realizaron en la adolescencia el trabajo de diferenciarse de los padres y su vida en pareja se vuelve una manera de jugar a la casita, o a los eternos novios, pues siguen dependientes de los papás.
Esta situación a la larga termina por desgastar la relación amorosa, haciendo sentir a la pareja y a los hijos excluidos, y al hijo o hija bueno, incomprendido por sus seres queridos.
Por ello, es muy importante conocer cómo es la relación de los padres con el o la prospecto de pareja y estar alertas sobre las conductas demasiado dependientes que indiquen un falta de madurez.
Los espacios personales deben incluir el tiempo en pareja para la intimidad y la privacidad, éstos deben estar marcados con límites hacia los demás, de forma que pueda desarrollarse plenamente, sin violentar a otras partes de la familia, de las amistades y hasta del trabajo.