De goleador a noqueador
Jugando futbol, Agustín Zaragoza descubrió en una campal llanera su poder en los puños
El boxeo lo convirtió en medallista olímpico en México 1968
(Foto: Archivo El Gráfico)
Las arrugas han vencido la guardia de Agustín Zaragoza, pero no el recuerdo de la pelea que lo premió con una medalla de bronce que lo inmortalizó en el deporte mexicano.
El boxeo lo sorprendió años antes, era futbolista y como delantero enfrentó una batalla campal por los rumbos de Santa Julia, tras la que descubrió que su futuro estaba lejos del balón y más cerca a la pera loca, el costal y un par de guantes rompe quijadas. “Solté los puños y descubrí mi talento”.
Agolpado junto a ese recuerdo, aparece el del día en que la arena México lo ovacionó tras haber conquistado una medalla insospechada, “parece que fue ayer, porque lo bonito es que lo sigan recordando a uno y siga siendo ejemplo de la juventud que viene empujando fuerte en el deporte. Por fortuna pudimos tener una presea olímpica”.
Un metal que le cambió el rostro pero no la vida. “No hubo tal magnitud de pensar que ya estaba del otro lado, había que seguir trabajando, tuvimos más obligaciones, como instructor y ayudando a los muchachos para que se alejen de las drogas. Me costó peleas y más peleas, campeonatos, sudor”.
Zaragoza sonríe, el pasado no lo abruma, es más, le gustan las cámaras y las entrevistas, en su momento no las quería tanto porque le preguntaban por qué le fue como le fue. Y es que, siendo el mejor pugilista welter del país en el ciclo olímpico 1965-1968, perdió la batalla más importante en el selectivo para la justa veraniega, ante el sinaloense José Cebreros, quien era su cliente después de ganarle tres combates.
El destino le cerró esa puerta pero su hambre le abrió una más peligrosa, a sus 77 años no lo olvida. Sin un buen peso medio que enfrentará los Olímpicos, su 1.82 metros de estatura fue el pasaporte a la competencia, ya estaba escrito. Había poco tiempo y debía ganar peso, alcanzó 72 y medio y borró cualquier duda al ganar todos los pleitos del selectivo que le dio el boleto olímpico.
Se estrenó ante el jamaicano Dinsdale Wright, lo venció 5-0. Luego, dejó en el camino al checoslovaco Jan Heiduk, “fue una pelea en corto para alejarlo, funcionó porque le gané 4-1 para asegurar una medalla”.
La cita más importante lo sorprendió el 24 de octubre, pero un zurdazo de origen ruso le marcó el alto a la final, todo terminó en el primer asalto. Se quedó con el bronce.
Volvió a la carga cuatro años más tarde con la mira puesta en Múnich 1972. Dobló a todos los medianos y consiguió la calificación para México, pero su rival más duro estuvo en el escritorio, la federación de boxeo amateur lo bajó del avión para enviar a un joven en ascenso, así terminó su carrera. Desilusionado, no se animó a dar el salto al profesionalismo.
“Preferí seguir como amateur y logré repetir el ciclo como juez, corrigiendo a los muchachos, es algo que me atrapó y es parte de este deporte”, valora.
Ahora, ve poco boxeo, “solo peleas de campeonato mundial, porque hay muchos boxeadores a los que hacen campeones efímeros, yo no me la trago”.