La monotonía se había apoderado de sus ganas por hacer cosas juntos para cambiar sus rutinas y ya nada emocionante pasaba en sus días.
Una noche de tragos, Beto oían a Omar hablar sobre el aguante que a sus cuarentas tiene en el asunto sexual. “Llevábamos un mes sin vernos y yo iba a hacer un viaje muy largo; entonces, cuando nos vimos, lo hicimos con todo y toda la noche…”. Atento, Beto tomó nota mental.
El viernes, él llegó del trabajo a la casa más temprano y cargado de bolsas del súper. Preparó bocadillos de jamón, fresas con chocolate, quesos y descorchó una botella.
Prendió inciensos, y en cuanto sonaron los tacones de Meche acercarse, accionó la música; ella entró y sorprendida, sonrió mientras veía a su alrededor y recibía una copa de tinto.
Beto no perdió tiempo y la tomó de la cintura: “Hoy no te me escapas y vas a ver lo que es bueno”. Meche soltó la carcajada y él la cayó besándola intensamente.
“El chiste es que vayas lento, pero mostrándole lo caliente que estás”, recordó de Omar. Así que, mientras se comían a besos, su mano fue subiendo por la pierna debajo de la falda, y a punto de llegar a sus nalgas, retrocedió. La tensión enalteció su falo y humedeció las pantis de Meche. “Darse, pero no todo”, volvió a acordarse. Si ella tenía algo que preguntar, no era el momento y se dejó llevar.
Reposaron en la cama; Beto le desabrochó la blusa sin dejar de observarla de pies a cabeza y le quitó la falda parcimonisamente. Se zafó la camisa y ella acarició su vellosidad.
Beto comenzó a besarle los pechos sobre el brasier y con la lengua, buscaba sus pezones en un juego delirante para su mujer, y al mismo tiempo, él repasaba con un dedo la hendidura, e incluso con la tanga, mojó la yema copiosamente.
Su pene exigía salir de la ropa; sin embargo, sólo se deshizo del pantalón y la invitó a que lo magreara encima de la trusa. “Despacio, siéntelo”. Ella llenó su palma subiendo y bajando mimosa.
Volvieron a besarse contundentemente mientras se tocaban todo y con todo; él le amasaba el trasero, los senos; ella apretaba sus glúteos y se contoneaba sobre el trozo. Y en su clítoris, detonó el primer orgasmo.
Tras un buen rato de sabroso faje, saciaron su hambre con los entremeses y más vino, “pero nomás lo suficiente para que sigan cachondos y no se emborrachen”. Y volvieron a la contienda.
Ahora sí, un buen oral. Meche deleitaba el tronco de raíz a la punta y de reversa; chupaba su glande y luego, le hizo una chaqueta con sus tetas, pero él al sentir que se venía, se retiró y ya era Beto quien devoraba el coño de su amada.
De inmediato, incrustó su pene en sus adentros y bombeó cadencioso, haciendo pequeñas pausas para empezar de nuevo. Ella arriba, en cuatro, hincada; él encima, de pie, a sus pies…
El apetito regresó y se convidaron uno al otro los manjares, para después hartarse otra vez de sus flujos y humanidades.
Y así transcurrió toda la noche del cuarto a la cocina y luego a la sala, el comedor y después a la ducha para refrescarse del maratón de sexo con el que se reconocieron más allá del día a día hasta el tope de monotonía.