Para muchos la danza es un espectáculo lleno de movimientos perfectos, para ver en espacios adecuados, para ellos es una forma de superar la adversidad y la realizan donde pueden.
Llueva, tiemble, bajo el fuerte sol o con frío, se reúnen cada viernes. Son como nómadas, han ido de aquí para allá buscando el sitio ideal para seguir con un proyecto que el mundo entero reconoce, pero que en nuestro país no se valora.
Hace un año, después de ser despojados de su lugar en el FARO de Oriente, terminaron haciendo de un parque una escuela sin muros, con el cielo como techo.
Son el Ballet Mexicano de la Discapacidad, la única academia a nivel internacional que rescata las habilidades dancísticas de hombres y mujeres marcados por la discriminación.
Aunque posicionaron a México a la vanguardia en materia de derechos humanos para personas con capacidades diferentes, no reciben ningún apoyo, ni reconocimiento del país que representan.
Hace dos años, durante el Congreso Internacional de Danza en Atenas, David Serna fue invitado a platicar sobre la compañía que, a seis años de su creación, se ha convertido ya en un movimiento artístico.
Habló del origen de su fundación, de cómo esta academia sin muros genera una visión insólita de la cultura de la discapacidad, donde sin importar las carencias —como sea y como estén— las personas se pronuncian con sus cuerpos. Ya sea con muletas, en andadera o sobre una silla de ruedas, salen a bailar a las calles para expresar lo que la música les hace sentir.
Al escucharlo, los investigadores quedaron fascinados con sus ideas, pero “perplejos" al saber lo que ha logrado sin recursos, sin dinero y sin un espacio idóneo para trabajar, comenta David, coreógrafo de 32 años, egresado del INBA y creador del método artístico, representado actualmente por ocho bailarines de entre siete y 65 años.
Sus personajes. Desde su adaptación, por estas aulas transparentes ubicadas en el Parque de la Casa del Pueblo de la delegación Iztapalapa, han pasado más de 50 personas con distintos tipos de discapacidad. A todas y cada una de ellas, el ballet les ha transformado la vida.
En la de Ángel, por ejemplo, se afianzó la confianza y seguridad en sí mismo. Como alumno de una escuela primaria regular, en la salida de sexto de primaria, la crueldad y la ignorancia se hicieron presentes entre sus compañeras de grado.
“Nadie quería bailar con mi hijo. Todas las niñas ponían pretextos. Entonces, mi hija que adora a su hermano, salió a bailar con él su vals”, comenta Rocío Andrade, mamá del joven de 18 años que padece síndrome de Down.
Ahora, Ángel sale al escenario bailando tango con una muleta, durante las presentaciones que este grupo ha tenido. La conduce y la toca como si fuera una mujer.
“Él no necesita una pareja para poder bailar. Con una muleta puede expresar los sentimientos que tiene con la música y eso a mí me hace sentir mucha emoción”, expresa su madre.
A un lado de Ángel, Carmelita sonríe y saluda coquetamente. Gestos como estos —que incluyen el movimiento de cejas y ojos— los ha logrado hacer gracias a su estancia de cuatro años en esta escuela. De no mover una mano y tener que esconderla entre su ropa, Carmelita ahora puede abrazar a su abuelita e incluso hacerle los cariños que, durante sus 23 años con diagnóstico de parálisis psicomotor, nunca le había podido hacer.
“Gracias al ballet ya puede hacer señas con los ojos, mover una manita que siempre tenía tensa y abrazarme con la mano derecha. Parece poco, pero son grandes pasos para ella”, comenta doña Maricela Aguilar, la abuela de 58 años, que cuida de la bailarina que interpreta la canción de ‘Ave María’, desde su silla de ruedas.
Como Carmelita, la primera estudiante que tuvo el Ballet Mexicano de la Discapacidad en el 2009, padecía una atrofia muscular. Junto a ella, David inauguró sobre una banqueta en una calle de Iztapalapa, esta nueva forma de expresarse.
Buscaron que Guadalupe hablara con el cuerpo lo que sus labios callaban. “Éramos dos locos, en la calle, gritando y levantando los brazos. Para ella fue una forma de decir ‘aquí estoy, estoy viva y mi esfuerzo es importante’”.
Al quebrar el estereotipo del bailarín como un ser hermoso, que flota en el aire, gira y sube las piernas, este ballet ha demostrado en varias presentaciones, aquello que con emoción y esfuerzo se puede hacer con integrantes que se reconocen como seres perfectos y buscar el lugar ideal para seguir expresando sus emociones, les ha permitido encontrarse a sí mismo.