En estas ocasiones, te das cuenta que no estás venciendo a la distancia ni a otros corredores, sino a tus propios temores.
“Tu sistema inmunológico va a quedar por los suelos”, le dijo el doctor a mi amigo cuando éste le comentó que iba a correr el maratón de la Ciudad de México; sin embargo, a final de cuentas lo hizo y terminó los 42 kilómetros de la carrera.
Kilómetros que, además, se corren bajo el sol matutino que conforme avanza el tiempo se vuelve más abrasador haciendo que las más de tres horas invertidas en la competencia sean un auténtico desafío a la resistencia física.
Yo siento un poco de vergüenza al saber que mi amigo, quien tiene VIH, corrió por tercera vez el maratón de la Ciudad de México; me dio pena porque yo estoy completamente sano y nunca me he animado a correr una carrera de ese tamaño.
¿Pero en su caso por qué arriesgar su salud en una actividad tan extenuante como ésta? Él me dio a entender que es una forma de vencer la enfermedad, de darse cuenta que su condición no es tan mala como la pueden plantear los médicos.
“Mi motivación para correr los últimos maratones es prepararme y demostrar que puedes seguir viviendo a pesar del diagnóstico de tener VIH”.
Aunque reconoce que le resulta un poco deprimente cuando los médicos le recomiendan no hacer actividades físicas tan extenuantes, esto le sirve para una motivación adicional.
“Entonces viene un sentido de rebeldía e inconformidad, de decir: ‘¿por qué no?’ Creo que mientras más hagas las cosas que te gustan y te hacen sentir bien, la enfermedad, cualquiera que sea, no tiene espacio de maniobra”.
Asumo que cuando uno tiene una enfermedad degenerativa como el VIH, el cáncer o la diabetes, difícilmente logras sacarla de tu mente, siempre está rondando tus pensamientos, aunque no en el caso de mi amigo.
Cuando le pregunté que qué piensa cuando corre, específicamente si piensa en su condición, él me comentó que no, que en realidad piensa en todas las cosas que le hacen feliz o en las que lo hacen reflexionar.
Irónicamente, el único momento en que recuerda su enfermedad es al estar cerca de concluir la carrera:
“Cuando voy en los últimos kilómetros me impulsa ese sentido de ‘pinche enfermedad no me molestes ahora’. Lo que nos mata es pensar que todo el tiempo estarás enfermo”, me comentó mi querido amigo.
Sin pierna
Aunque tiene VIH, él no lo toma como una oportunidad para victimizarse, al contrario se percata de que existen otras personas que parecen tener una vida más difícil como aquel corredor que participó en el maratón sin tener una pierna.
“Pensé: a él le falta una pierna y está aquí, a mí no me falta nada.
Tengo algo que más tarde podría matarme… ¿por qué no seguir corriendo?
Y allá voy con la música y los buenos momentos en la cabeza”, me afirmó vigoroso.
Al final de nuestra plática me contó su filosofía de vivir con VIH: “No significa una condena de muerte, sino una gran lección para apreciar lo que no querías ver”, comentó.
Y ustedes: ¿hacen ejercicio? ¿qué es lo que se los impide? Y más importante aún: ¿verdaderamente aprecian lo que la vida les ha otorgado? ¿Esperan acaso una lección negativa para hacerlo?
No prometo correr un maratón, pero sí intentaré aprovechar mi condición física haciendo deporte. Hay que hacerlo más seguido.