Es media mañana de un jueves. Aída y Rosario lucen con orgullo un traje de gala hecho en San Juan Chamula, Chiapas. Me muestra su falda hecha de lana de borregos de pelo largo cardada y tejida en telar de cintura. Comienzan a acomodar las mesas y sillas, mientras saludan a quienes llegan a la Casa de Refugiados del parque Ramón López Velarde, en la colonia Roma Sur. En pocos minutos, las mesas se llenan de hilos, agujas, telas y sonrisas. Mujeres citadinas llegan para tomar un taller de bordado con técnica tzotzil. Se pincharán los dedos, y lo saben, pero eso no merma su entusiasmo.
Hace cuatro años que Aída encontró su camino. Tras estudiar administración de empresas turísticas, sabía que no quería trabajar en una oficina. En el último año de su carrera, una experiencia cambió su vida y le ayudó a definir lo que hoy es una empresa de turismo sustentable.
La sabiduría maya fue la que hizo que Aída Mulato decidiera enfocar sus objetivos profesionales a dar impulso a la riqueza cultural de los pueblos indígenas. En 2010, junto con su socio Jesús Rascón, comenzó a diseñar el proyecto de lo que hoy es Jóvenes Artesanos.
En un principio, trabajaron con artesanos urbanos de la ciudad de México que rescatan técnicas tradicionales, pero al mismo tiempo están innovando en los diseños. Su labor llamó la atención del Frente Indígena de Organizaciones Binacionales, quien los invitó a trabajar con una comunidad triqui y ahí comenzó su labor con los indígenas. Luego vino el trabajo con artesanos tzotziles, tzeltales, chontales, huicholes, otomíes y mazahuas.
La labor de Aída es diseñar esquemas de comercialización pero también promover la sensibilización de las personas en las ciudades, para que revaloren el trabajo de las artesanas indígenas. Esto lo hace a través de talleres de bordado y tejido, entre otras técnicas artesanales.
Hasta el momento, Jóvenes Artesanos ha organizado aproximadamente 30 talleres, pero para abril de 2015, la meta que Aída se ha puesto es llegar a los 100. Cada uno tiene un promedio de 15 participantes por lo que, de cumplir el objetivo, habrá logrado que al menos mil 500 personas en la ciudad valoren el trabajo de las artesanas indígenas.
Aída lo sabe bien, pues a ella le pasó algo similar cuando estuvo trabajando como voluntaria en Yokdzonot, una comunidad indígena maya que se ubica a 25 minutos de Chichen Itzá, en Yucatán.
Estar ahí, en contacto con la tradición y la vida de la comunidad, cambió la vida de Aída para siempre y le dio una luz a su camino, tanto profesional como personal.
Hoy, Aída es una mujer emprendedora que ya no dejaría su proyecto personal para ser la empleada de alguna otra empresa turística. Y por ello está convencida de que muchas mujeres pueden emprender, siempre y cuando encuentren su camino y la manera de sacar provecho a sus capacidades.
Pero el primer paso, es valorarse. Valorar su trabajo y hacer que los demás también le encuentren el justo valor.
A la hora que las alumnas están bordando y conociendo todo el proceso, cuando se pican los dedos, cuando no les sale, cuando ven lo tardado que es, aprenden a valorar cada prenda y se puede dar paso a un comercio mucho más justo del producto.
Aída ha tenido muchas maestras, pero doña Carmela fue la primera y la más importante. Por ello es que uno de los sueños de Aída, a sus 29 años, es reunir en un libro todas las recetas que ella le enseñó, junto con otros aprendizajes obtenidos de los indígenas. El sueño ya no parece tan lejano. Ella ya no se pone frenos. Al igual que a las artesanas, hoy a Aída, ya nada la detiene.