Detrás de las paredes anchas y sus grandes puertas de madera, La Castañeda escondía un lugar espantoso y lúgubre. Fue durante más de medio siglo el Manicomio General de la Nación, pero en 1968 lo demolieron.
De la construcción sólo quedaron escombros y en la memoria de algunas personas los recuerdos de discriminación y malos tratos a los enfermos en el lugar.
“A los pacientes los juntaban en un patio pequeño y los bañaban con manguera. Les servían de comer en un bote y si no tenían, les daban en el suelo", comenta Martha Elena Caballero, trabajadora social que a los 17 años formó parte de la “Operación Castañeda” que se realizó antes de que las puertas cerraran para reubicar a quienes estaban internados hacia diferentes centros psiquiátricos.
Uno de estos lugares fue donde Martha trabajó durante 11 años: el Hospital Campestre José Sáyago, que recibió a una población de 600 internas provenientes de La Castañeda.
El equipo al que Martha pertenecía revisó y seleccionó el historial médico de las pacientes que tuvieran el perfil para ser trasladadas a este hospital de puertas abiertas.
De joven, Martha fue testigo de la discriminación hacia personas con discapacidad y el abandono en el que sus familiares los mantenían.
Entre sus recuerdos más marcados se encuentra la vida de Sara, una paciente con trastorno de bipolaridad que comía pájaros con todo y plumas, pero que en sus momentos de lucidez solía cantar una estrofa que decía:
“Y ahora que me ves, sumida en el abismo, mis lágrimas brotan tanto, pero tanto”.
Alguien a quien Martha Elena tampoco olvida es a Yolanda, una estudiante de Química que empezó a perderse en las calles y que solía caminar contando sus pasos de cuatro en cuatro, como caballo de ajedrez.
“Todas formaban parte de mi vida diaria. Las rehabilitamos y a muchas las acomodé para trabajar porque tenía fe y confianza de que podían salir adelante”.
Martha Elena nació un domingo lleno de sol a las 12 del día. Eso fue lo que su padre escribió en el álbum fotográfico con imágenes de su infancia.
Estas palabras fueron las que como oráculo profetizaron su camino. Martha nació para iluminar el mundo.
Desde pequeña se hizo cargo del resto del batallón. Para poder ayudarle a su mamá se tenía que subir a una silla frente a la estufa, porque a los siete años era la única forma de cocinar el arroz para sus hermanos.
Como la mayor, aprendió que el amor viene con responsabilidad y decidió dedicar su vida a ayudar a otros.
Estudió Trabajo Social en Ciudad Universitaria y durante la primera década de su vida profesional salía de su casa al cuarto para las seis de la mañana para transportarse hacia el kilómetro 33.5 de la Carretera Federal Mexico-Pirámides, en el municipio de Acolman, donde se encuentra el Hospital José Sáyago y del cual tenía que salir en punto de las dos, para llegar a su clase de las 4 de la tarde.
Para ella este esfuerzo valió la pena. La amante de Los Beatles escaló hasta convertirse en jefa de Trabajo Social en el Instituto de Especialidades de La Raza del IMSS, especializándose en Trabajo Social Psiquiátrico, teoría psicoanalítica y dando terapia más tarde.
Hoy, esta abuela recuerda su carrera profesional de 37 años sin nostalgia porque a sus 70 todavía estudia diplomados y trabaja en una clínica en el área de control natal.
“Soy bastante activa. Trabajo tanto que no tengo tiempo para envejecer”, presume.