Ya nunca llamó

05/06/2014 22:52 Yara Silva Actualizada 02:42
 

Ese día, Lucero no apagó el teléfono. Erwin, su esposo y el grupo de policías a su cargo, salían a un servicio a San Andrés Tlalamac. Ese era el pueblo habitado por supuestos talamontes que Erwin temía enfrentar y en el que murió linchado tras defender a su compañera de trabajo.Hoy, su nombre está grabado en una cruz de madera que anuncia su muerte: Erwin Ulises Gordillo Moysén nació en septiembre de 1982 y murió a los 31 años.

Ese 27 de mayo, Erwin salió a trabajar como Jefe de turno del grupo de Fuerzas de acción y Reacción (FAR) destacado en Amecameca. La orden era escudar a los elementos del operativo Probosque que pretendían detener a un grupo de talamontes que ya habían ubicado.

No era la primera, ni la segunda ocasión en que Erwin y su grupo se enfrentaban al peligro de los pobladores de San Andrés Tlalamac. Hace poco más de un mes, él y su equipo acudieron a los montes de la frontera con Morelos a auxiliar a quienes aprehenderían a devastadores de árboles. Esa vez, el enfrentamiento terminó con la huída de los policías de la Secretaría de Seguridad Ciudadana.

Pero esa mañana de martes, el jefe Erwin tenía la encomienda de regresar con al menos un talamontes detenido. 

Ese era su encargo y lo debía cumplir si quería obtener el puesto de comandante de sector y de aumentar unos pesos al salario de cuatro mil, que recibía cada mes. Por eso aquella mañana, antes de salir de casa, Erwin advirtió a su esposa que saldría a un servicio al pueblo “de los asesinos”. Ella debía mantener el teléfono celular prendido por si “algo sucedía”. 

Frente a la imagen de su esposo muerto, Lucero Peña cuenta que Erwin nunca llamó. 

También dice que a él, le preocupaba que entre el grupo a su cargo estuviera Marcela Araceli Ramírez Díaz. Ella era la única mujer de la FAR de Amecameca, que debía enfrentar a los talamontes.

Y a pesar de que ella, Marcela, creció en familia de policías y de que acudió a los cursos de capacitación de armas largas y cortas, a los de primeros auxilios y a talleres de leyes —obligatorios para ganarse el título de policía de Fuerza de Acción y Reacción—, a su jefe le preocupaba la mujer. 

Y sí, ser mujer policía de la Fuerzas de Acción y Reacción puso en el blanco a Marcela Araceli.

Es su versión la que dice que en el monte apareció un camión cargado con troncos de madera. Dos hombres armados impedían que los policías se acercaran a su zona.

Pero al verlos llegar, una detonación alertó a sus cómplices. De entre los árboles aparecieron los hombres que desarmaron a Erwin y a su equipo de policías.

Marcela Araceli fue la primer víctima de los puños de los talamontes. Erwin, la defendió y tras auxiliarla, la trifulca creció.

Detonaciones, gritos y amenazas a muerte, se escuchaban entre los montes de San Andrés Tlalamac. 

Uno de los tiros hirió a Israel Balderas, el copiloto del camión cargado de madera clandestina. Una fila de policías amagados por los talamontes y el herido en su camión, bajaron del cerro. 

Unos salieron del pueblo a pedir ayuda del médico, otros caminaron hacia la delegación en donde retuvieron a cinco policías .

Sólo el policía Hugo Martínez Pablo, permaneció poco tiempo ahí. Y es que una bala a la espalda y el golpe de una roca en la cabeza, lo mataron. 

De voz en voz, los talamontes anunciaron la muerte del policía Martínez Pablo. Por eso, ese policía de la SSC del sector Ixtapaluca no soportó las cuatro horas de sometimiento en el edificio de la delegación de San Andrés Tlalamac. 

Román Sánchez de la Rosa, José Pérez González, Marcela Araceli y Erwin Ulises, padecieron las amenazas y los golpes de los pobladores.

Erwin sabía que los residentes de San Andrés se atreverían a matarlos. Y ni su año de entrenamiento en la Academia, ni los 20 cursos que tomó para formar filas en las Fuerzas de Acción y Reacción, pudieron contra las agresiones de los pobladores. 

Pero él sentía la obligación de proteger a Marcela Araceli y de impedir que el hijo de esa madre soltera quedara huérfano. 

Hoy, Lucero, la esposa de Erwin, permanece en su casa del Barrio de San Juan, en espera de una indemnización que le ayude a seguir con las terapias de Chucho, el pequeño de 11 años hijo de la pareja y que padece una enfermedad que no le permite caminar. 

A unas calles, Marcela Araceli espera tramitar los documentos robados por los talamontes, entre ellos su credencial de elector, para recibir atención psicológica en el Hospital de Amecameca.

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