¿Qué se siente haberse ganado el pan desde muy chico? —le pregunté. Y en sus ojos se asomaron las lágrimas.
—¡Híjole! Espéreme tantito —contestó en medio de una larga pausa y regresó al mostrador de donde trabaja desde hace 64 años.
Minutos antes, José García Martínez, el carnicero más conocido de la calle República de Perú, a las puertas de su negocio mostraba con orgullo todas y cada una de las cicatrices que tienen sus manos. Esas que aparecen cuando se han cortado cientos de kilos de carne diariamente desde 1950: “Sí, me he lastimado, es de tanto trabajo”.
Don Cuco, como le llaman sus clientes, a sus 78 años de edad recuerda haber empezado a trabajar desde muy chico. Nació en la calle de Libertad, de la colonia Centro, donde había dos carnicerías.
Su papá tenía un puesto de verduras y un día el niño que hacía la limpieza del local de enfrente no llegó a trabajar.
El encargado de La Michoacana, le pidió a Cuco que entregara los tres pedidos pendientes. Así fue como se convirtió en ‘morrongo’ de carnicería. Con el tiempo, José fue a trabajar al mercado viejo Guelatao y aprendió a cortar la carne.
De ‘morrongo’ a despachador, de despachador a ayudante y después, dependiente del negocio, esa fue la línea de su vida, por eso cuando lo recuerda, se le ponen los ojos rojos y dice:
“Las cosas han cambiado bastante. Los jóvenes no valoran nada ahorita”.
Don Cuco salió del local y trae en las manos una fotografía en sepia del mercado Guelatao, una imagen tomada en 1920 que ahora cuelga en la carnicería La Fortuna, donde ahora trabajan sus hijos. “José Garcia fue el mejor del certamen de pesas”, dice la nota que acompaña a la imagen.
Después de trabajar en la carnicería, cuando tenía 20 años, Javier García entrenaba como peso pluma en el gimnasio Hércules, de la calle de Paraguay.
“Andaba suave y al tiro. Fui tremendo, tenía varias novias y andaba siempre bien vestido”, dice Cuco sonriendo de oreja a oreja.