“Aquí en el taxi, uno vive de todo, experiencias buenas y malas. Se sube de todo; algunos con ganas de platicar, otros callados, pero uno se da sus mañas para sacarles la sopa”.
Su nombre es José Luis “a secas, no importar el apellido, o que es importante es mi historia”.
“Fíjate, desde que el pasaje me hace la parada yo ya les hice un rápido análisis, noto si vienen de buenas o de malas, cansados, enojados o felices. Ese toque me lo han dado los casi 15 años que llevo en el taxi”, asegura.
“Nomás se suben y les suelto mi letanía ¿buenas tardes, pera dónde vamos? cuando me dicen su destino me quedo un par de minutos en silencio. ¿Ya a descansar? Muchos me responden que sí y comienza la charla, pero otros se sólo dicen sí y se vuelven a quedar callados y entonces viene mi reto, que hablan”.
José Luis, sólo estudió hasta la secundaria, pero “en el taxi me he graduado como psicólogo, porque gracias al trato con la gente he desarrollado un sentido de escuchar”.
“Mira, mi asiento trasero de mi Tsuru, es como un diván, en él mucha gente me ha contado sus penas, su alegrías y tristezas”.
Recuerda que “una noche, por ahí de las nueve, se subió un chavo. Llevaba un ramo de flores, pero iba llorando. Pensé que iba a un velorio y le comenté. ‘resignación, así es la vida, sólo nos queda echarle valor’. Él sólo me miró...”
Marra que el hombre se llevó las manos a la cabeza y le soltó su drama. “La vida es muy cabrona. Fíjese fue a ver a mi novia para pedirle que se casara conmigo, pues llevamos dos años y medio de relación. Mi error fue no avisarle y al llegar a su trabajo, ella estaba afuera, pero no me vio y llegó uno de sus compañeros de trabajo y se besaron un buen rato; entonces le grite ’Vanessa’ y no supieron qué hacer”.
El taxista le dijo que en el mundo sobran mujeres, que la vida no se acaba por eso, que era mejor haber descubierto la infidelidad antes de estar casados.
“Claro, es mejor, como a usted no le está pasando. Me duele, pero más porque mi mamá la considera la mujer ideal para casarme. Vamos a mi casa”.
Al llegar, José Luis se quedó de una pieza, pues en la puerta ya estaba la novia. Ella corrió a abrazarlo hecha un mar de llanto, él sólo la hizo a un lado, se metió a su casa y cerró la puerta”.
“La mujer me hizo la parada y luego del clásico ¿a dónde vamos? le preguntó que si eran novios, ella, me dijo ‘qué le importa, sólo lléveme a donde le dije’. Ni modo, con ella fallé. Pero mi auto no deja de ser un consultorio y yo lo disfruto”, concluye.
Manda tu historia a [email protected] y escúchanos en este jueves en Ringtropical, 1440 de AM.