A Mariana la conocí la semana pasada. En una fiesta a la que habíamos ido una amiga y yo para celebrar nuestra recién recobrada soltería. Estaba dentro de un círculo de chicas que no dejaban de retarse con fondos. Aunque todas bailaban, ella era la más tranquila.
Me gustó por una razón: dos veces se le acercaron para preguntarle su nombre y las dos veces ella respondió con una negativa.
Fue en la barra de la cocina cuando me acerqué. Me sentía ridícula con mi aspecto después de horas de trabajo.
Sólo me faltaba tener una corbata colgando del cuello e ir en mangas de camisa. En vez de preguntarle su nombre, llegué con un simple “¿te divertes?”. No me sorprendió en absoluto que dijera que no.
Ahí inició la plática. —¿Y a ti quién te invitó? —Sasha, la de la casa, ¿la conoces? —No, yo vine con una amiga, pero ni sé dónde está.
Tras unos minutos, nos pasamos a un sillón que estaba ocupado por un chico semidormido y una pareja que parecía estar a punto de empezar a discutir por décima vez. Yo no tenía muchas ganas de hablar y al parecer ella no tenía muchas ganas de escuchar, así que combinamos perfecto.
Esta vez no hubo sexo loco, de ese que provoca el alcohol y termina a veces con crudas morales.
Cuando le pedí que me acompañara afuera para fumar, me tomó de la mano para seguirnos entre la gente.
Cuando estábamos afuera me puse nerviosa. En realidad no sé por qué.
Mientras sacaba la cajetilla nueva le pregunté por dónde vivía. En lugar de contestarme, esperó a que le diera el primer jalón al cigarro, se acercó y pegó su boca a la mía para que le pasara el humo. Lo empujé suavemente dentro de su boca, cuidando de que saliera despacio para que a su vez ella lo pudiera inhalar.
Cuando lo exhaló, me sonrió y me miró a los ojos. No fue necesario decirnos más. Ella trató de decir algo, nerviosa, pero la callé con un beso.
¿Para qué me pica, cierto? Dejó que la mordiera y después me tocó la punta del labio con su lengua. ¡Me volvió loca! La forma en que besaba era alucinante. La abracé de la cintura y ella me sujetó de las mejillas. Nos besamos despacio entre mordidas y comencé a temblar cuando en un suspiro ella soltó un leve gemido, muy quedo, de esos que sueltas cuando sientes que el beso te recorre todo el cuerpo.
De repente, estábamos abrazadas y ella pasó de morderme la boca a morderme el cuello. Lo hacía despacio y sin llamar mucho la atención, era más bien algo juguetón tomando en cuenta que la fiesta continuaba y afuera había más personas fumando.
Me siguió besando hasta que la sujeté de los hombros y le pedí que parara, porque había comenzado a encenderme más de lo previsto y no quería que me dejara así, con las ganas y las rodillas tambaleantes. Se rió, me tomó de la mano y me dijo “ven, hay que regresar”.
Esa noche me la pasé increíble y antes de que pudiera pedirle su número, ella ya me había pedido el mío.
Cerca del amanecer me reencontré con mi amiga. Al parecer ella había tenido una noche más salvaje que yo, porque salió del mismo cuarto que la dueña de la casa. Traía el cabello alborotado y más chupetones de los que podía contar. Me burlé de ella porque sabía que no podía ir así a trabajar. Se azotó la mano en la frente, me observó y me dijo “¡Ja!, ¿ya te viste?”.