El 27 de febrero de 2013 Raúl Mejía llegó al lugar que ha sido hasta ahora su hogar, su trabajo y su vida. Pero esa mañana fue diferente. Tenía miedo de encontrar lo que muchos hallaron: el patrimonio de toda una vida calcinado por el fuego que afectó a la nave mayor de ese mercado, donde cientos de familias se han dedicado al comercio desde que tienen memoria. Afortunadamente, el fuego no llegó a destruir la taquería que desde hace años ha pertenecido a su familia.
Cualquiera que hoy, un año y medio después, llegue a su local podrá disfrutar de un suculento huarache sencillo o con guisado, entre otros platillos típicos mexicanos. En la taquería “El Pollo”, la familia Mejía sirve porciones abundantes, igual que abundante es el entusiasmo de Raúl que hoy tiene fuego sólo en su corazón, gracias a un proyecto que le cambió la vida. Me recibe en un tapanco que hasta antes del siniestro había funcionado como bodega y hoy es la sede del Centro Cultural Keren tá Merced.
Raúl no recuerda cuál de los muchos niños que viven y trabajan en el enorme mercado fue, pero sí sabe que gracias a que alguno le dijo que él tenía que hacer algo fue que pudo salir del shock en el que lo había dejado la tragedia.
Todos los locatarios tenían los ánimos por los suelos. Así que él decidió juntar unos guacales y apilarlos en un diablo. Eso no es nada fuera de lo común. En el mercado se mueven cientos de diablos que sólo alcanzan a gritar “ahí va el golpe”. Pero el de Raúl era distinto, pues su carga no eran frutas y verduras. Eran los libros que conformaban una biblioteca ambulante con la que Raúl quería devolver un poco de la ilusión perdida a los niños de La Merced.
Así, poco a poco, prestando libros y cuentos fue convenciendo a los comerciantes de que dejaran a sus hijos visitar el Centro Cultural. Los apoyos fueron llegando de a poquito. Primero, talleres de manualidades y reciclaje, luego de piñatas que podrían ser vendidas.
Hoy, los niños que asisten a Keren tá pueden hacer desde un programa de radio hasta un video documental o una exposición fotográfica. El Centro Cultural ha hecho alianzas con instituciones como la Universidad Autónoma Metropolitana, la Universidad de la Ciudad de México y el Fideicomiso del Centro Histórico.
Raúl se ve contento. Tiene 55 años, apenas dos menos que La Merced, inaugurada en 1957. Raúl tiene tres hijos y dos nietos, pero en sus ojos destaca el brillo de un corazón joven. Y ¿cómo no tenerlo?, si casi 100 niños alimentan con sus risas y su entusiasmo el alma de este comerciante convertido en promotor cultural.
Pero las carencias siguen. Aunque han hecho alianzas, siguen sin tener nada propio. No hay ni una computadora. Todo siempre es prestado. El material, la promoción y los gastos de mantenimiento han corrido por cuenta de Raúl, pues los talleres son gratuitos.
Y aunque representa un gran esfuerzo, Raúl dice que no se rinde y se ve reflejado en esos niños. Recuerda que él mismo, cuando era pequeño, salía con su hermanita que tenía una discapacidad derivada de la poliomielitis, a leerle historietas afuera del mercado, sentados entre los diablos, en medio del caótico ir y venir de la vida de las familias comerciantes.
Pero dicen que infancia es destino y así, con su hermanita ya fallecida en la memoria, Raúl está decidido a contribuir para que los niños de La Merced se sientan orgullosos de su origen y su cultura.