Si un día llegas del trabajo y al abrir la puerta de tu casa lo primero que ves es a tu esposo abusando sexualmente de tu hija, ¿Qué harías? Tal vez tomarías un cuchillo y defenderías a tu pequeña de su atacante, sin importar que él sea un policía judicial. Pero quizá para el juez tus argumentos no sean válidos y no se tocará el corazón. Él no pensará en tu hija, ni en el horror que viviste al defenderla. Sólo se limitará a arruinar tu vida, condenándote a cadena perpetua.
Historias como esas son las que Fernanda Valdivia ha escuchado en el Centro Femenil de Readaptación Social de Santa Martha Acatitla, a donde desde hace tres meses acude cada semana para trabajar con algunas reclusas en un taller de creación literaria.
Es la primera vez que Fernanda trabaja con un grupo de mujeres reclusas. Sólo había tenido un acercamiento previo al mundo carcelario cuando hizo un reportaje con población masculina que participaba en un taller de teatro, años atrás.
Pero el mundo de las mujeres en reclusión es distinto. Ellas viven mucho más abandono familiar. Son olvidadas. En su búsqueda de afecto y amor, muchas inician relaciones amorosas con otras reclusas. La vida cotidiana en reclusión, como en cualquier otro contexto, también es una búsqueda constante de amor.
Fernanda es una mujer creativa y multidisciplinaria. Ha sido fotoperiodista pero, en esta etapa de su vida, la literatura ocupa un importante espacio. Estos talleres nacieron como proyecto de titulación para ella, que pronto será Licenciada en Creación Literaria. Pero hoy, Fernanda sabe claramente lo que quiere: coordinar una antología de historias creadas en este taller de mujeres reclusas.
Escribir es una terapia para cualquier ser humano. Leer ayuda a tu cerebro a hacer conexiones neurológicas y te hace más inteligente. Esa es la respuesta que Fernanda me da cuando le pregunto cómo es que su vida tomó el rumbo de la literatura.
Pero en este taller, donde hay seis alumnas, Fernanda tiene una encomienda muy clara. Ellas le han pedido que les enseñe estructuras básicas, pero tienen muy clara una cosa: en el taller ellas quieren aprender a escribir sin dolor. Saben que sus relatos, sus cuentos, serán fuertes, incluso si no son estrictamente autobiográficos. Pero ninguna de ellas busca la compasión de la gente “de afuera”.
Con certezas como esta, las alumnas enseñan a Fernanda. La fortaleza es lo que más ha aprendido de las mujeres que enfrentan la realidad carcelaria en un país donde el sistema de justicia no funciona.
Fernanda, como muchas personas, ingresó a la cárcel con muchos prejuicios. La primera vez tuvo miedo, pero justamente a la fuerza de estas mujeres. A su rechazo, a su exigencia, a no cumplir sus expectativas.
Nadie le paga a Fernanda por este taller de creación literaria que imparte en el penal de Santa Martha. Todos los gastos que se generan los absorbe ella, que se gana la vida como fotógrafa y artista visual. Pero este es uno de los proyectos que más le motivan cada día.
Por fortuna, todas las participantes han hecho una muy buena conexión. Con este taller, Fernanda ha aprendido a valorar mucho más su vida en libertad, a trabajar en equipo y, sobre todo, a que la vida no se puede ir mientras una “se ahoga en un vaso de agua”, pues hay quienes día con día sólo tienen un objetivo: encontrar el motivo para levantarse y seguir adelante aunque su futuro sea totalmente incierto y, de momento, no cuenten con su tesoro más preciado: la libertad.