Desde antes de cumplir 18 años Pepe sabía que tendría que abandonar la casa donde había crecido para tener un mejor futuro. Debería dejar atrás esas calles empedradas y los techos de teja roja que durante su infancia le acompañaron en Taxco, Guerrero, su ciudad natal.
Como muchos jóvenes taxqueños, Pepe se despidió de sus padres, y vino al DF para estudiar Ingeniería Biomédica.
Todo iba bien, llegó a instalarse a una casa donde viven más de 10 estudiantes que, como él, dejaron sus ‘nidos’ para llegar a la Universidad Autónoma Metropolitana, plantel Iztapalapa.
Ahí conoció a sus mejores amigos y encontró una familia. Pero un día, fue su propia sangre la que lo puso a prueba. En menos de un mes, tuvo una repentina baja de peso, mucha sed y mucho sueño. Después de algunas semanas, una de sus compañeras le ayudó a medir su glucosa. La sorpresa fue que el joven de 23 años estaba al borde de un coma diabético. Se comunicó con su madre y viajó a Taxco para que lo viera el médico de confianza.
Así, José Díaz Hernández fue diagnosticado con diabetes. Sus hábitos debían cambiar, su alimentación, su actividad física, y ahora los estudios debían combinarse con la rutina de medir su glucosa al menos seis veces al día. Sin embargo, enfrentar una enfermedad como esa cuando se es estudiante, lejos de la familia y sin los recursos económicos, se puede convertir en un gran reto.
Pepe cuenta que al mes gasta unos mil 200 pesos en tiras reactivas para poder darse los 180 pinchazos que un buen control de glucosa exige.
Tras superar el impacto inicial de la noticia, Pepe supo que nadie era mejor para ser víctima de esa enfermedad que un ingeniero biomédico.
Con ayuda de sus amigos y compañeros comenzó a desarrollar una idea: crear un glucómetro no invasivo que redujera el gasto que los diabéticos deben hacer para llevar el control de su enfermedad, a sabiendas de que se convertiría en el conejillo de indias. Así surgió Glucolight, un aparato para medir la cantidad de azúcar en sangre que no requiere una muestra de sangre puesto que lo hace a partir de espectroscopía, colocándose en el lóbulo de la oreja. Tras seis meses de investigación se logró diseñar el prototipo, pero hoy es sólo una idea.
Pepe me explica su proyecto en un parque. Lo acompaña Rogelio, originario de Tlaxcala y cuyo abuelo paterno falleció por complicaciones de la diabetes. Él es recién egresado de la carrera de Ingeniería Bioquímica Industrial y también ha participado en el diseño de Glucolight, junto con Blanca, Javier y Erik, ingenieros y estudiantes que completan el equipo.
Rogelio Rodríguez recuerda cómo la vida de Pepe cambió, y asienta con la cabeza cuando su amigo me explica que unos días tenía que elegir entre comer o medirse la glucosa.
Para que el Glucolight sea una realidad y se pueda producir el prototipo diseñado por ingenieros mexicanos, requieren apoyo y por ello es que ingresaron su proyecto a Fondeadora, donde la gente que quiera apoyarlos puede donar a partir de un peso. Sólo necesitan reunir 20 mil pesos para poder aplicar su conocimiento y elaborar el prototipo que podría cambiar la vida de miles de mexicanos que padecen diabetes.
CONÓCELO
Si quieres apoyar el sueño de Pepe, visita: https://fondeadora.mx/projects/gluco-light-monitor-de-glucosa-no-invasivo