Fueron dos años y medio tras las rejas. Luego, dos años más de una vida nómada. Viviendo en casa ajena, con amigos y familiares, prácticamente huyendo pero ¿de qué?, de las represalias de quienes habían sido exhibidos, pero también de la vergüenza, del estigma.
Toño Zúñiga hoy tiene 35 años y hace ya seis que salió de la cárcel tras haber demostrado su inocencia y las irregularidades de su proceso judicial, con la ayuda de abogados que se convirtieron en cineastas con el documental Presunto Culpable.
El documental fue estrenado en 2009, como parte de la Gira Ambulante. Dos años más tarde, fue exhibido en salas comerciales, rompiendo récords de taquilla, a pesar de que hubo algunas prohibiciones para su exhibición bajo el argumento de que no se había pedido permiso a las personas que en él aparecían, quienes comenzaron a demandar a los productores y distribuidores, por daño moral. Tres años después de ser filmados, y casualmente cuando los cines se estaban llenando, esas personas decidieron sentirse ofendidas.
La semana pasada finalmente llegó la absolución. Los productores y directores no tienen que pagar ninguna indemnización, tampoco la cadena que distribuyó el documental. En su cuenta de Facebook, Tono Zúñiga manifestaba su alegría por la resolución del Tribunal Superior de Justicia del DF. Pero en sus siguientes actualizaciones de estado, se nota que Presunto Culpable ha quedado atrás en la vida de Toño.
A través de sus redes sociales, Toño Zúñiga distribuye su música de hip hop, invita a la gente a participar en sus videos, los de esas canciones que buscan llegar a los oídos de los más jóvenes, los que creen que el mal camino tal vez pueda ser la solución. Toño no pretende cambiar el mundo, apenas tal vez hacerles llegar un mensaje de las lecciones que la cárcel le enseñaron a él.
Durante los primeros años, Toño acudió a escuelas y otros espacios a hablar de su experiencia adentro, de cómo en esos primeros años en libertad soñaba que los policías lo agarraban, que le inventaban algo para meterlo a la cárcel de nuevo.
Pero estamos libres, despiertos y caminamos por el Parque Hundido, en el sur de la ciudad. Toño me cuenta que otras personas que, como él, han estado presas también tienen esas pesadillas. El miedo a que se repita es algo que te acompañará para siempre, o al menos eso es lo que Toño cree.
Seis años han pasado, los mismos que hoy tiene su hija, la que nació mientras él estaba preso. Toño y su esposa tuvieron una boda que muchas personas vieron en la pantalla grande, al interior del penal. Hoy tienen un segundo hijo, de dos años apenas. “Me gusta estar con mis hijos, son mi medicina”, me dice Toño cuando ya ha perdido ese tono serio con el que comenzó nuestra charla.
Me cuenta que en sus canciones se dirige a los jóvenes para que no pierdan la esperanza, aunque parezca algo difícil. En estos años, además de la música, Toño ha continuado arreglando computadoras. También aprendió a editar video y hasta tiene un pequeño estudio de grabación, donde no sólo hace su música, también apoya a otros que no cuentan con recursos suficientes para pagar un estudio grande. Le gusta apoyar a la banda —a los que se dejan, aclara— porque él tampoco la tuvo fácil para hacer su música.
Toño tuvo muchas lecciones de vida mientras estuvo tras las rejas por un crimen que no cometió, pero una de las que más le quedó grabada fue “que no hay sentencia que dure mil años ni pendejo que la aguante”.
Hoy él sabe que eso ya se terminó. Ahora toca decidir qué quiere con su vida y cómo lograrlo, sin importar lo que piensen los demás. La vergüenza se ha ido, el dolor también. Le quedan las lecciones y la costumbre, irremediable, de vivir cuidándose las espaldas en un país donde la presunción de inocencia es un sueño y la realidad es que siempre se es presunto culpable.