En sus tiempos, ser un pachuco real, un “cintura” o un “padrote”, significaba ser un vividor. “¡Mire mis manos, véalas! ¿Tengo callos? No. Porque casi nunca trabajé”.
Pero para Jesús Juárez, no cualquiera podía dar esa talla, debía tener personalidad, porte y por supuesto saber bailar. “Pero bailar, en serio. Un tango, un paso doble, blues, mambo, swing, un chachacha o lo que le pusieran”.
Como organizador de eventos, ganador de concursos de baile y uno de los pocos pachucos que sobreviven en la ciudad a “El Cebos” la gente lo ubica siempre en el centro de la pista.
“Soy más famoso que el pulque”, dice don Jesús, ataviado con sombrero de pluma y carisma, mientras espera a que la próxima rumba sea tocada en el Salón Los Ángeles.
A sus 85 años, “El Cebos” ha visto pasar frente a sus ojos toda clase de glamour y belleza. En aquel México, en el que dice todavía se podía salir a las tres de la mañana a San Juan de Letrán o a la colonia Buenos Aires sin que lo asaltaran, antes de ser pachuco trabajó en uno de los mejores centros nocturnos de la ciudad: El Cabaret de King Kong, donde fue capitán de meseros y cantinero en 1942.
Pero la rumba de Chucho se tocaba en otra parte. “En el Salón México eran tres salones, en uno estaban los padrotes y las mujeres de la buena vida, en otro las “gatitas” y en otro los que venían bien prendidos”, dice el pachuco a quien desde “chamaco” le llamó la atención el baile.
En 1943, cuando esta corriente encontró a sus mejores exponentes, don Jesús bailaba a un ritmo que distaba mucho de ser lo que ahora.
“No era nada atrevido, se hacía bonito. Se conocía a la pareja y había una conexión. No se puede bailar con cualquier persona”.
El buen pachuco, el original, debe tener un buen traje con tirantes, una gabardina, un “mil rayas” y zapatos de charol bien boleados. “Debe venir bien, lo que es bien y hacer el paso original”, dice el hombre que tiene 34 años de estar en esa línea.
Para él, el baile es esa alegría que se respira al tener a la pareja de la mano.
“Es una cosa bonita que se siente aquí, en el corazón”.
“En el Salón México, en un salón estaban los padrotes y las mujeres de la buena vida, en otro las ‘gatitas’ y en otro los que venían bien prendidos”.