Manuel Pineda es un taxista de buena y es la tercera generación de su familia que se dedica a la manejada, como él mismo dice.
“Esto de ser taxista da para vivir y bien, si lo tomas como una profesión y si el coche es tuyo”, afirma ufano el hombre mientras me mira por el retrovisor.
El tema sale a flote al comentarle que escribo una columna en esta diario dedicada a contar las historias de los taxistas.
“¿A poco es usted? ¡No le creo!”, comenta, pero luego me mira fijo por el retrovisor y agrega “Ya me acordé, lo ví porque hace dos semanas salió la historia de un compañero y nos la andaba presumiendo”.
Eso le dio confianza para empezar a contar muchas cosas, pero lo mejor fue la historia.
“Cuenta mi papá, que mi abuelo no quiso estudiar y que luego de andar de boletero en un autobús de la ruta Peralvillo-Cozumel, aprendió a manejar cuando le daban chance de acomodar el camión en el encierro. Ahí mismo, en un pequeño restaurancito conoció a una mesera con la que se casó”.
De esa matrimonio nacieron tres hijos, su papá y dos tías. “Mi abuelo tuvo que buscar trabajo y como sabía manejar, pues le dieron un coche a trabajar, era un cocodrilo de esos verdes con una franja en forma de dientes blancos y negros”.
El trabajo de taxista le permitió mandar a sus hijos a la escuela y vivir medianamente. “Me cuenta mi papá que mi abuelo salía temprano, pero que tenia pasajes fijos y que luego regresaba a almorzar, salía hasta las siete de la noche.
Recuerda que en taxi conoció a una persona que trabajaba en Telégrafos y le ofreció una plaza, con lo cual se mejoró la situación económica.
El papá de nuestro amigo creció y a los 17 años embarazó a su novia y del producto de ese embarazo nació él. Muy enojado, su abuelo le dio el taxi a trabajar a su padre, quien dejó la escuela debido a su nueva responsabilidad.
“Mi padre fue muy abusado, porque trabajó muy fuerte y en tres años tuvo la fortuna de comprar un auto y todo cambio porque mi abuelo salía de su trabajo y le daba un rato a la ruleteada, ya había dinero y yo fue estudiando, lo mismo que mi hermana; ambos nos decidimos por la arquitectura y nos va bien”.
Al morir su abuelo le heredó las placas de su taxi “tuve que darlo a trabajar, pero se acabaron mi coche en menos de dos años”.
Luego, lo liquidaron de su empleo y lo mejor fue “subirme al taxi y mire, no me quejo, trabajo fuerte, pero con horario