El trabajo sucio ya estaba hecho, la víctima había sido elegida y la trampa cumplió su propósito, era cuestión de tiempo para cerrar el ritual.
Luis revisaba los objetos del cajón, se detenía a mirar aquellos que le recordaban momentos especiales, su rostro dibujaba desde pequeñas sonrisas hasta profundas carcajadas, por momentos su vista se desviaba de los recuerdos y miraba a lo lejos, había preparado el lugar ideal para observar algo más que el paisaje, durante varios días cortó ramas y maleza para poder observar sin ser visto, para atar sin ser descubierto, para asesinar sin mancharse las manos.
La mirada de Luis estaba detenida en el cuerpo de su víctima, la había amarrado a un árbol de tal forma que no podría liberarse, los brazos del elegido serían quienes decidirían el momento de morir, las sogas y nudos estaban coordinados a la perfección para que cuando el cansancio llegara, el mismo peso de la víctima jalara la soga que le oprimiría el cuello.
El tiempo pasaba lentamente, al igual que el sudor brotaba de la frente de Luis, en la mano sostenía la identificación de la persona en el árbol, sólo esperaba el momento de la muerte para guardarla en el cajón donde había otras 30 credenciales.
Tras una larga cadena de desapariciones de mototaxistas en Santa Marta, Colombia, Luis Gregorio Ramírez Maestre fue señalado como el presunto culpable del secuestro y muerte de al menos 30 choferes de dicho transporte. Todas las víctimas eran hombres jóvenes menores de 30 años, delgados que no pasaban de los 60 kilos; dichas características ayudaban a Luis Gregorio a someter y amarrar fácilmente a todas sus víctimas.
Tras convencer a los choferes para llevarlos a lugares lejanos y solitarios, incluso con la promesa de pagar mucho más de lo que un simple servicio costaba, Luis se las ingeniaba para ubicarse justo detrás de ellos para asfixiarlos con un delgado lazo, con mucho cuidado de no apretar de más para que quedaran solamente desmayados.
Ya estando inconscientes, los amarraba de los árboles, usaba nudos aprendidos en su trabajo como almacenista, los brazos y el cuello eran donde ponía más atención, el ritual consistía en que al bajar los brazos, ya fuera por cansancio o dolor, las sogas apretarían el cuello de la víctima produciendo una agónica muerte, todo bajo la voyerista mirada del asesino colombiano.
Pero Luis Gregorio cometió un error infantil, utilizó el celular de su última víctima y con ello la policía consiguió capturarlo el 13 de diciembre de 2013, tras revisar su domicilio se encontró un cajón donde guardaba casi 30 licencias de manejo de los mototaxistas muertos. El criminal cumple una sentencia de más de 30 años en la prisión de Bucaramanga por homicidio agravado y tortura.