La oscuridad de la noche caía con más peso de lo normal, los susurros casi imperceptibles provocaban un terror que recorría el cuerpo de cada uno de los ahí presentes. El pánico no les permitía abrir los ojos, el sonido y extrañas palabras inaudibles era lo que reinaba en el lugar.
Repentinamente, el silencio fue roto, un grito violaba con furia la noche. En el lugar no se atrevían a pararse ni las aves ni algún otro animal, solamente los invitados podían estar presentes. Un oscuro altar alcanzaba a percibirse, los gruesos y altos cirios alumbraban tenuemente el rostro de la sacerdotisa, su mirada encendida parecía suficiente para prender las mechas de cada uno de los gigantes de cera, mientras que la poderosa voz llamaba a sus seguidores a llevar hasta su presencia el cuerpo que tendría el honor de ser sacrificado. Todo estaba listo para un nuevo festín de sangre ritual, todos estaban en trance adorando a Magdalena Solís, la gran sacerdotisa regia, estaba lista para un nuevo rito.
A principios de los 60, una extraña secta había llegado para adueñarse de las personalidades de los habitantes de la Yerbabuena, un pequeño poblado de menos de 100 personas muy cerca de Monterrey, Nuevo León. Su lideresa, Magdalena Solís, era una ex prostituta que llegó al poblado con la idea de ganar un poco de dinero comerciando sexo. Ella llegó al norte del país, junto con su hermano Eleazar, que además fungía como su proxeneta, una vez en el lugar conocieron a Cayetano y Santos Hernández, entre los 4 idearon una manera fácil de conseguir dinero aprovechándose de la ignorancia de los lugareños.
Idearon proclamar a Magdalena como la reencarnación de la diosa Coatlicue, capaz de proteger a los nativos de todo mal que viniera del exterior a cambio de simples tributos que incluían dinero y comida para ella y sus seguidores. Con el tiempo, la exigencia de la diosa fue creciendo, al dinero que exigía se le sumó pertenencias y objetos valiosos de sus adeptos; Magdalena ideó otros rituales en los que todos los miembros de la secta debían participar: orgías, esclavitud sexual y actos de pederastia, en los que Magdalena escogía al niño en cuestión.
Para aquellos incrédulos que no seguían las órdenes de la suma sacerdotisa, Magdalena tenía preparada una muerte ejemplar, ordenó a sus fieles a linchar a todo aquel que no se doblegara ante sus poderes, posteriormente aquellos incrédulos fueron siendo sacrificados uno por uno en el llamado “Ritual de la sangre”, en el que los corazones de los no creyentes fueron extraídos con las propias manos de Magdalena, mientras que la sangre era bebida por todos los miembros de la secta.
En mayo de 1963, un chico deambulaba por Yerbabuena, entró a una de las cuevas, donde se llevaban los sacrificios; horrorizado, observó el cuerpo sin vida de una joven que servía de manjar para los sectarios, corrió a denunciar a la jefatura policial más cercana, incrédulos, los agentes creyeron que el joven estaba bajo el efecto de alguna droga, pero accedieron a que uno de los policías le acompañara hasta la cueva para verificar la historia, ambos desaparecieron y engrosaron la cadena de homicidios ordenada por Magdalena Solís.
Los compañeros del agente desaparecido acudieron al lugar, pudieron ver el cuerpo abierto en canal del policía y cómo aún era devorado por los miembros de la secta.
Sin más opción dispararon contra los asistentes, varios lugareños murieron, pero Magdalena y su hermano fueron apresados y juzgados por el homicidio de al menos tres personas, sin embargo, algunos miembros del culto declararon que la cifra podía oscilar entre 15 y 23 las vidas que se sacrificaron. Magdalena fue sentenciada a 50 años de prisión.