Nidia Nadia Malpica había encontrado la manera de tener sexo con todo tipo de hombres sin hablar con ellos, ni siquiera sin voltear a verlos.
Cualquiera que la hubiera visto caminar por la calle no la olvidaba jamás, pero mucho menos la olvidaban aquellos, que en medio de la noche, la veían aparecer con su minifalda roja.
Eran muchos los que ya habían descubierto que debajo de esa minifalda no había calzón alguno que se interpusiera entre su erección y el paraíso.
Ella se sostenía de un árbol, arqueaba la cadera levantando las nalgas y se alzaba la minifalda dejando al descubierto su maravillosa anatomía. Era clara la invitación a pertenecer a ese Edén cada vez menos selecto porque ya habían comenzado a juntarse todas las noches varios hombres en el parque esperando a que apareciera ese ángel caminando con su paso celestial.
Hacían cola, pero como algunos no querían esperar, las cosas terminaban luego a golpes. Nidia Nadia nunca los volteaba a ver, se regocijaba con escucharlos gemir y jadear; con sentirlos acariciar sus tetas y sus nalgas antes de penetrarla, pero en ocasiones, todo el encanto se rompía cuando ellos le decían cosas obscenas o piropos mal logrados. Incluso, hasta las lisonjas más adecuadas eran suficiente para abrumarla y hacer que se concentrara en su incapacidad de responder y no en su propio orgasmo.
Después vino la epidemia de las moscas del sexo y Nidia Nadia dejó de salir, pero esa noche ya no aguantaba más y se pudo sobreponer a su propio control de riesgo y terminó en el parque alzando las nalgas con la minifalda roja levantada. Para su sorpresa espero más de dos horas sin que ningún hombre apareciera hasta que de pronto, en medio de un silencio profundo que ni ella misma había experimentado, sintió unas manos acariciando sus nalgas con suavidad y ternura.
Ella se humedeció de inmediato y qué bueno que lo hizo porque una enorme erección, como nunca la había sentido, invadió sus entrañas.
Nidia Nadia sintió tanto placer con los empellones que se le doblaron las piernas y de no ser porque unas manazas la sostuvieron de la cintura y luego de las tetas, hubiera caído al piso.
Por fin alguien la trataba como ella siempre había deseado en sus sueños húmedos, por fin alguien la tocaba hasta donde nadie había podido llegar y lo mejor fue que detrás de ella se escuchaban exclusivamente unos sensuales gemidos, ninguna palabra que rivalizara con el protagonismo de sus orgasmos.
Nidia Nadia se sorprendió a sí misma hablando por primera vez con otra persona.
—Así, mi amor, así —sollozaba.—¡Le dijiste mi amor! —se dijo a sí misma reprendiéndose.
—Es mi amor y a ti qué te importa —se respondió contundente.
Un nuevo orgasmo la sacó de su diatriba y eso le dio un momento de lucidez que le permitió conciliar las dos personas que existían dentro de ella. Bajando la voz, se susurró:
—Mejor cállate, no lo vayas a espantar. No ha dicho nada hasta ahora, pero si descubre que somos dos se puede largar.
César Olmedo no decía nada, primero porque estaba muy concentrado viviendo la mejor follada de su vida y segundo porque era completamente mudo.
Él ni siquiera vivía en el condominio, pasaba por el parque por casualidad cuando miró las maravillosas nalgas de Nidia Nadia al aire, Cesar se dirigía a recoger sus nuevos mallones a casa de su patrona, quien lo explotaba dentro de un antro para mujeres donde lo hacía disfrazarse de Peter Pan.
Sin poder hablar y con su cara de eterno niño, no era fácil para César conseguir trabajo, sin embargo, Lourdes había descubierto el potencial del joven y cada semana lo hacía ponerse un disfraz más ajustado para que luciera mejor el tremendo bulto que tenía entre las piernas.
De pronto, Nidia Nadia sintió una iluminación, se armó de valentía y se dio la vuelta para mirar a César. Cuando se embebió la transparencia de sus ojos tuvo una revelación.
—Tú vas a ser mío para el resto de la vida —la sorprendió su elocuencia y seguridad, pero no le dio mucha importancia porque de inmediato recostó a César en el pasto y se montó sobre su erección galopando a todo lo que daban sus caderas.
—Vamos a ser muy felices, ya verás. Te voy a cuidar y a consentir como a un verdadero rey.
Nidia Nadia estaba curada. César sonreía encantado, nadie le había hablado en su vida con tanto cariño.
Ella no dejó de platicar sobre lo bella que iba a ser la vida para los dos, pero ese sueño no sería tan sencillo de lograr. Frente a ellos se escuchó otra voz:
—Ahora veo por qué tardabas tanto. Era Lourdes, la patrona de César.