Ya le dijimos que no entramos a robar. ¿Por qué insisten con esa pregunta?— le aclara Dana a la secretaria del agente del Ministerio Público.
—¿A poco de verdad están esperando que les creamos esa historia tan mafufa de que nada más entraron ahí para follar? —pregunta el agente del Ministerio Público con una sonrisa más que incrédula y burlona.
—¡¿Cuántas veces quiere que se lo juremos?! ¡Les estamos diciendo la verdad!— grita Omar desesperado.
—A ver, jovencito. No me levante la voz, porque se le van a poner peor las cosas —amenaza el MP con aires de magnanimidad.
—Ellos lo mataron, al pobre señor Alan o lo tienen secuestrado. Ya que confiesen, licenciado, dónde lo tienen —dice Coleta, la muchacha del relojero que descubrió a Dana y a Omar desnudos sobre la cama de su patrón—. Han de estar bien drogados porque estaban ahí en cueros con cara de tontos por tanta droga.
Ni se movieron, ni se vistieron siquiera, los muy cochinos.
El MP y su secretaria se miran con algo más que complicidad. La historia de los muchachos les divierte por ridícula e inverosímil, pero además están comenzando a excitarse. Les gusta la idea de escucharla una y otra vez para ver en qué momento se contradicen, pero sobre todo, porque ellos mismos quisieran poner en práctica todo lo que los muchachos relatan. A los dos se les van los ojos con los cuerpos de cada uno de ellos.
—A ver, vamos a comenzar desde el principio otra vez, pero quiero que me den más detalles —dice el agente emocionado de que en cada narración salen cosas nuevas cada vez más excitantes.
—Ya le dijimos que nuestra meta es follar en cada una de las casas del condominio. Eso está claro ¿verdad?— pregunta Omar—. De las doscientas casas llevamos ciento veintitrés. En ninguna hemos robado, en ninguna le hemos hecho daño a na…
—¡Eso de estarse metiendo a las casas de los otros es un delito, ¿no licenciado?! —lo interrumpe Coleta.
—Sí, allanamiento de morada, pero déjelos hablar, ya después iremos con su declaración —le pide el MP a la sirvienta que guarde silencio.
—Llevábamos algunas horas follando en la cama del relojero cambiando a diferentes posiciones según fuera transcurriendo el tiempo. Había una fuerza extraña que nos obligaba a no dejar de hacerlo —declara Dana—. De pronto, apareció una mujer muy bella, no sabemos de dónde.
—¡Hermosa!—concuerda Omar.
—Nos preguntó por Alan —prosigue Dana—, parece que así se llama el relojero. Aunque era hermosa, nosotros nos espantamos mucho porque desde el mero principio nos dimos cuenta de que era un fantasma. Platicamos con ella unos minutos antes de que apareciera corriendo con la lengua de fuera el relojero.
—Desde el momento en que se vieron ellos —continúa Omar—
comenzaron a comerse a besos. Se ve que ya se conocían desde hacía mucho tiempo y que se traían hartas ganas.
—El señor no era de esos —vuelve a interrumpir Coleta sin darse cuenta de que los ahí presentes comenzaban a sospechar que ella estaba muy enamorada de su patrón.
—En la medida en la que se besaban, él iba como que haciéndose cada vez más joven —continúa Dana ignorando el comentario de Coleta.
—Nosotros como si no existiéramos. Estábamos acostados ahí a su lado, pero ni nos volteaban a ver —agrega Omar.
—No lo podíamos creer —dice Dana con una sonrisa—, la erección del viejo era enorme. Entre beso y beso el fantasma lo fue recostando, mientras el relojero le acariciaba y le lamía sus bubis. Ella, el fantasma, se sentó en la erección y comenzó a cabalgar a todo galope, como un jinete del apocalipsis, con una rapidez como si quisiera llevarse al relojero al otro mundo y creo que en el fondo esas eran sus intenciones.
—Sí, pero él como que también quería que se lo llevaran —sale Omar en defensa del fantasma—, acuérdate de cuando más se retorcían de placer, que gemían como de ultratumba que él le decía a ella: “Ya no puedo vivir sin ti, por favor, llévame contigo”.
El MP y su secretaria sueltan una carcajada. Dana y Omar lamentan más que nunca no haber salido corriendo como siempre hacían. En esta ocasión se quedaron pasmados cuando el relojero y su fantasma desaparecieron frente a sus propios ojos, dejando tan sólo las ropas del relojero tendidas junto a ellos. Ni tiempo de reaccionar cuando llegó la sirvienta y poco después la policía.
Las carcajadas del MP y su secretaria se transforman de incrédulas a inquietantes cuando a la delegación llegan varios señores provenientes del condominio con la denuncia de que a sus casas se mete un fantasma para follarse a sus mujeres.
Dos amantes arrestados por echar pasión en camas ajenas se vuelven los testigos clave de un macabro misterio en el condominio.