“Fueron integrando poco a poco al veterano hasta fundirse los tres en una sola piel, en un solo aroma de seducción”
What the fuck!!! What the fuck!!! —, grita Zacarías Taylor con todo el sudor de sus pesadillas—.
To the left!!! To the left!!! —, vuelve a gritar infructuosamente como lo hace siempre que aparece, en medio de la maleza, el Vietcong. Lo siguiente son las ráfagas de metrallas masacrando a todos sus compañeros, es empapar las sábanas de miedo, es el intenso dolor en la espalda y en la pierna derecha, es encajar las uñas en el colchón y sentir debajo de sí la hierba empapada de sangre en espera de que caiga sobre ellos otra granada.
Cuando se detona la explosión y sus propios gritos lo despiertan, Zacarías está empapado en espanto, en sudor, en orines, en llanto.
Anong y Lawan, las dos tailandesas con las que el veterano de guerra se metió a la cama la noche anterior, se voltean a ver con pánico sin saber qué hacer. Tenían mucha experiencia en la faena diaria con los turistas de todas partes del mundo, pero nunca les había sucedido algo similar. Estaban tan jóvenes que jamás habían oído hablar de la guerra de Vietnam.
Hasta ahora la habían pasado súper bien. Se habían entendido a la perfección. Nunca antes habían, ni si quiera, intercambiado palabra. Se ubicaban de vista, eso sí. Cada una de ellas sabía que la otra era la chica más sensual y la más cotizada del bar de enfrente. Llevaban meses observándose una a la otra: la forma tan erótica en la que se movían sobre la plataforma, la pasión con la que se deslizaban alrededor del tubo o gateaban sobre la tarima, la cachondez con la que acariciaban sus propias nalgas y tetas.
Tan sólo un pasillo las separaba. Se observaban con detenimiento y en ocasiones, se descubrían a ellas mismas imitando a la otra, haciendo los mismos movimientos que habían aprendido de ellas mismas. Más que una rivalidad, había surgido entre ellas una atracción muy poderosa, tan poderosa que nada más de mirarse, se humedecían.
Por fin llegó el día en que se conocieron. Anong venía abrazada de la cintura por Zacarías Taylor. El veterano de guerra no tuvo que hacer mucho esfuerzo para convencer a Lawan de que los acompañara. Ella, con una gran sonrisa, de inmediato aceptó. No tanto porque sintiera deseos de divertirse con el gringo que, además, le parecía muy simpático, sino porque quería conocer a Anong.
Las chicas se sorprendieron gratamente cuando Zacarías les dijo que antes de ir al mejor restaurante, pasarían a una tienda departamental a comprar lo que ellas quisieran para la velada. Escogieron las mejores ropas. Se veían divinas. Los ojos se les iluminaron cuando entraron al Baan Rim Pa. Ellas habían oído hablar toda su vida de ese lugar donde se comían los platillos que solía consumir la realeza tailandesa y ahora estaban constatando que era un lugar de ensueño, no nada más para el paladar sino para el oído y la vista.
La mezcla de cointreau, ron blanco, brandy, una pizca de limón y hielo escarchado, se convirtió para Zacarías en el mejor de los afrodisíacos.
Desde la terraza con vista al mar y a la bahía pudo apreciar el mejor atardecer de su vida.
Sobre todo porque los rayos del sol bañaban las miradas cálidas de Anong y Lawan, sus sonrisas espontáneas llenas de felicidad, sus senos erguidos y turgentes, las siluetas de sus cinturas, donde más abajo, se adivinaban unas nalgas maravillosas donde Zacarías sabía que tarde o temprano se iba a meter, pero que ya estaba disfrutando desde ahora.
A las chicas les hizo mucha gracia la valentía del veterano a la hora de comerse los platillos con el mayor de los picantes, las apretaba de las piernas mientras se enchilaba y quería apagar el fuego con otro coctel tailandés.
Anong y Lawan se habían convertido en dos princesas tailandesas y Zacarías las estaba tratando como tal.
Sentados en una mesa redonda para tres, ellas comenzaron a rozarse los brazos, luego las piernas; a comerse con los ojos.
Lo mejor es que fueron integrando poco a poco al veterano hasta fundirse los tres en una sola piel, en un solo aroma de seducción.
Lo demás fue correr al mejor hotel de Tailandia, meterse a la suite presidencial y ponerse la mejor follada de sus vidas. Bailaron, se besaron, se lamieron, se mordieron y follaron sobre la cama toda la noche hasta que cayeron rendidos.
Al día siguiente, cuando Anong y Lawan se despidieron, Zacarías supo que le entraría una gran depresión, que a lo mejor era momento de visitar a su hijo Jeremías en ese otro país exótico del que lo único que conocía era la mariguana que el ejército les repartía mientras ellos se mataban con los vietnamitas.
Bailaron, se besaron, se lamieron, se mordieron y follaron sobre la cama toda la noche hasta que cayeron rendidos