Terminé en su cama una vez más. Eran las ocho de la mañana y mientras subía las escaleras para su apartamento, vi en mi teléfono que tenía una llamada perdida suya y un mensaje que decía "En dónde estás, sí vas a venir?".
Me recibió en pijama. Yo tenía los ojos entrecerrados y no podía dejar de bostezar. Me sentí una caliente sin remedio por estar en su casa tan temprano después de estar atorada en el tráfico por casi 40 minutos, nunca he sido de las que se levantan temprano. Ni siquiera para coger. A lado de su cama había una almohada enorme con un "Te amo" impreso. La ignoré y agradecí que al menos tuvo la atención de medio esconderla a un lado para que no fuera lo primero que viera al llegar a su cama.
En realidad, no todo fue sexo al principio... Platicamos por una hora de sus miles de fotos que tenía por todos lados y hablamos de cosas triviales. Reímos un rato y hasta hablamos de la secundaria y de mi pasado lleno de bullying.
En cierto momento me desesperó la situación: Nueve de la mañana, el cielo nublado y ambas en su cama... vestidas. Obviamente no había hecho el viaje hasta su casa para hablar sobre cómo una niña gorda solía aventar mi mochila.
Me puse encima y comencé a besarla. Le tomaba de las caderas y ella me sujetaba el cabello con una mano para que no le picara la cara. Mientras las manos recorrían los lugares más sensibles, nuestra respiración comenzó a agitarse poco a poco. En dos segundos le quité la ropa y comencé a besarle los muslos hasta perderme entre sus piernas. Su piel se puso chinita y su vientre se contraía.
Escuchábamos cómo el viento movía los árboles mientras mi lengua pasaba justo en medio de su espalda. Le pasé las puntas de mis dedos por sus muslos y no pude eivtar estremecerme cuando puse mi mano en ella y se mordió los labios para no gemir. Creí que todo era maravilloso hasta que descrubrí algo aún mejor: era multiorgásmica.
Me gustó ver cómo su vientre se contraía y cómo terminaba medio muerta para volver a agitarse rápidamente cuando pasaba mis dedos entre sus piernas. Su cabello sobre la cara ocultaba una gran sonrisa, mientras yo sólo pensaba en que esa era una de las diez mil razones por las que me fascinan las mujeres.
Le besé los ojos, los hoyuelos que se le hacen en las mejillas, los labios, las cejas y la frente. Hice lo que hace cualquier persona enamorada: después del sexo, me quedé acostada junto a ella. Le miré a los ojos y comencé a besarle los párpados.
Desde antes me había dicho que tenía un compromiso a las 11 de la mañana, pero el reloj avanzó hasta las 12, la una y las dos de la tarde. Creo que nada me hizo más feliz que el escucharle decir: "Mejor no voy".
Nos dieron las tres de la tarde y comenzaba a sentir gruñidos en el estómago, pero el momento y la sensación eran tan placenteros que no iba a dejar que una nimiedad como el hambre me separara de esa cama y de esa sonrisa que se escondía entre las almohadas y que salía cada minuto e interrumpía mi plática con un beso rápido.
Fue su celular (y su novia) lo que reventó la burbuja. Comenzaron a llegarle mensajes de ella, y aunque no pude leerlos del todo, sí vi esos estúpidos emoticons con corazones en lugar de ojos.
Me acordé de todo y volví a mi realidad. Me sentí mierda por invadir un espacio que era de alguien más, pero que de alguna manera lo convertí en mío. No pude evitar sentir lástima por la otra y peor aún, por mí y mi enamoramiento de adolescente.
Cuando ella terminó de contestarle sus mensajes, me me vestí y me preparé para irme. Ella me acompañó a la puerta.
Le dije " te marco después" y me subí a mi coche.