Los ojos redondos y claros de “Daniela” están cruzados por una reja de venitas enrojecidas. El pelo corto, teñido, el cuerpo robusto. “Cubana”, la llaman. Ahora se hospeda en un lujoso hotel de la Ciudad de México, asistida por la Fundación Camino a Casa, mientras arregla la demanda que ha interpuesto en contra de varios personajes que la explotaron sexualmente durante más de 20 años, en Estados Unidos, Monterrey, Querétaro y Reynosa.
Con su acento de cubana, ya muy diluido por las décadas en México, “Daniela” narra cómo llegó desde aquella isla a Estados Unidos en 1980, cuando no rebasaba los 22 años, con los marieles, quienes eran personas perseguidas e inconformes con el régimen cubano de los años 80. Quizá ella decidió irse de Cuba porque le gustaban las mujeres.
Así, jovencita, y sin conocer a mucha gente, llegó a EU, se movió por su territorio, hasta que conoció a Guillermo, “mi primer hombre”. Y se enamoró, y vivió con él seis meses de luna de miel. Pero al poco tiempo, él cambió, la enroló en la droga y la “convenció”, poco a poco, de prostituirse. Así, “Daniela” se volvió adicta a las drogas fuertes, y al poco tiempo tuvo una hija.
Para 1981, o 1982, no recuerda bien, tanto ella como Guillermo fueron detenidos por posesión de drogas. A la primera, salió pronto de prisión, pero a la segunda, no. Y las autoridades la convencieron de dar a su hija en adopción. “Desde entonces no sé nada de ella”.
Guillermo y Daniela salieron de EU, ella con el corazón destrozado por la hija perdida, aunque se repite que fue lo mejor para la niña. Así llegaron a Monterrey, Nuevo León, donde Guillermo la prostituyó de nuevo. Él se quedaba con lo que ella ganaba, y tuvieron otro hijo. “En Monterrey no hay zona de tolerancia, hay puras casas de citas. Ahí, en Estudio 21, en la Puerta Negra… Guillermo me golpeaba. Yo tenía que traer 3 mil pesos de cuota, entonces era un montón de dinero. Pero cuando ya le estorbé (a Guillermo), se llenó de mí, él mismo me conectó con la (nueva) madrota”, Rosa María “La güera”.
“La güera” explotaba a un grupo de lesbianas, pero bajo otro modelo. Ella proponía: la que gane más una noche, pagará más. Pero se las ingeniaba para que todas pagaran siempre más, y ella se quedaba con ese dinero.
Fue “La güera” quien la llevó a Querétaro. Ahí, vio a muchas chicas jóvenes, amenazadas por sus padrotes, con que si no llevaban la cuota necesaria no verían a sus hijos. Pasó ahí unos años, con Rosa María, hasta 1991, luego con otra mujer, hasta que, a mediados de los años noventa, la misma mafia la llevó hasta el norte, a una de las regiones con más presencia del crimen organizado: Reynosa, Tamaulipas.
Al inicio, no era tan peligroso. De hecho, la ciudad cuenta con una zona de tolerancia para la prostitución, así que ella logró, poco a poco, independizarse. Pero seguía enganchada a la droga. Así siguió pasando el tiempo, llegó el cambio de siglo y de milenio. Ella ya no se prostituía. En cambio, realizaba una serie de trabajos para las muchachas que seguían siendo explotadas: lavaba la ropa, hacía mandados, etcétera. Un día, la adicción fue demasiada, así que su hijo, que para entonces ya era un hombre adulto, la encerró en un cuarto, hasta que pasara la urgencia de la adicción: “Me duele más a usted que a mí, mamá. Pero es por su bien”, algo así dijo antes de cerrar la puerta. Y “Daniela” pasó ahí varios días, semanas, sólo con una televisión. Al final lo logró. Unos años más tarde, logró dejar de trabajar para otras mujeres en la misma situación, con ayuda de un evangélico, que la rescató.
“Lo que hemos vivido es terrible. Ponte un momento en nuestro lugar. No te va a gustar. Pues tampoco a nosotras. Y en estos momentos están explotando a muchas chiquitas así, como a mí me lo hicieron”.