Hielo y calor, cachonda combinación

Sexo 07/06/2017 05:00 Anahita Actualizada 05:05
 

La ciudad parecía un horno de piedra capaz de hornearnos a todos sin piedad. Muy poco acostumbrada a las altas temperaturas, los 30 grados que nos azotaron a los habitantes este verano, provocaron en mí unas ansias que ni la bebida más refrescante podría apaciguar.

Cerveza, cigarro y una hamburguesa extra grande redujeron la situación extrema,  mientras leía un libro bien grueso en un restaurante al aire libre… “Bien grueso, bien grueso”, cavilé al notar el espesor de la lectura y tomé impulsivamente el celular.

El whatsapp de David fue el objetivo en la mira y tecleé con un mensaje contundente: “¿Dónde andas?”, fue la pregunta que él y yo traducimos como un “quiero coger contigo y ahora”, por lo que respondió con el “¿dónde nos vemos?”, y le mandé la ubicación del hotel más cercano.

Apuré el trago, pagué la cuenta y me dirigí al destino crucial para ahí esperar su llegada. Pedí una habitación con frigobar, obviamente, y sólo bastaron 20 minutos para que él arribara a la cita.

Cómodamente desnuda y recostada en la cama con otra botella de cerveza, tocó a la puerta y ahí estaba, sofocado, con la camisa húmeda y suplicando con sus brazos extendidos que me entregara igualmente mojada más por el deseo y la ansiedad que por el calor inclemente.

Lo arrastré hacia el colchón, lo lancé y le arranqué la ropa, y el revolcón inicial causó más sudor que el que nos castigaba allá afuera. Manos y piernas fueron como un enramado silvestre que aprisionaba los cuerpos calientes y el resuello al unísono apagó los ruidos de la urbe a plenas tres de la tarde.

Sin embargo, aún con el clima artificial del cuarto de hotel, necesitamos más frescor, pues nos estábamos incendiando. Así que mientras me penetraba cachondo e impaciente él sobre de mí, miré hacia el refrigerador, fui deteniendo la acción acariciando sus testículos hasta llegar a la raíz de su miembro y poco a poco lo zafé de mi interior.

Me dirigí al frigobar y saqué la charola de los hielos, puse uno en mi boca y comencé a masticarlo cerrando los ojos y aliviando mi sed, al tiempo que diluía mi saliva y enfriaba mis labios para otro movimiento.

Atento, David me observaba acariciando su entrepierna y consintiendo su falo duro y con ganas de más. “Dame de eso”, me dijo a la vez que me acercaba a su vientre con el molde de rocas heladas.

Tomé otro cubo y lo puse en mi lengua para depositarlo en su ombligo. La convulsión fue inmediata y él sólo gimió a la expectativa de mi próxima intervención; entonces, bebí del sensual depósito,  mientras el hielo se fundía recorriendo su vello y circundar el anillo donde nace su pene…

Como en una mata sedienta, el agua avivó la erección y la invitación fue contundente: pasé otra piedra acuosa por su tronco y terminé de refrescarlo con mi boca bien abierta para empezar a chupar, succionar, devorar. Sus contracciones fálicas agitaban su trozo haciendo que saliera de mi boca de tan rígido e inquieto. David lo atrapó empuñándolo y comenzó a chaquetearse con su glande golpeando mis senos.

Tomé otro hielo y barnicé mis pezones para que mi amante de grandes ocasiones sintiera el frescor de mis puntas erectas. Lo besé y le di el agua de mis tetas.

Ellas goteaban en sus labios y él las gozaba como abandonado en un desierto sin dejar de amasar su carne magra, hasta que me ensartó al mismo tiempo que me eché el hielo a la boca y le inundé la suya.

Impulsé mi torso hacia atrás, tomé un sorbo de cerveza fría, otra roca y dejé que bañaran mi piel para luego él incorporarse, afianzarse de mi espalda y lamerme sin parar de estrellarse en mis adentros. La emulsión con su saliva me excitó sobremanera y arremetí contra su sexo para hacernos explotar, yo rasgando su columna.

Un beso ahogado sosegó los gemidos culminantes, mirándonos mientras nuestras caderas se movían, parecido a una agonía para después expirar abrazados. Nos besamos y nos carcajeamos, burlándonos del calor.

 

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