Gozamos tras unos tragos

ZONA G 27/07/2016 03:00 Anahita Actualizada 08:57
 

La presentación en vivo se dio tras semanas de conversar, a través de la red social donde nos conocimos, acerca de nuestros gustos en música, comida y de esta ciudad en la que Glenn ha residido por 4 años, gracias  al buen negocio de su bar.

Acompañada de mi mejor amiga, visitamos el lugar; una casona en la Roma de la que este rubio y apuesto inglés logró hacer un recinto innovador con rock, tragos y asistentes compatriotas. Y ahí estaba yo, curiosa y contenta de conocerlo finalmente.

El chispazo fue inmediato. A pesar de que sólo fue un encuentro de más plática y buena vibra, sabíamos que nos reuniríamos otra vez. Así que la siguiente ocasión, sola, los drinks que cortésmente me invitaba rolaban con especial sincronía y el flirteo, ni se diga. Roces en las manos, palabras al oído y miradas retadoras preparaban los sentidos.

¿El hilo conductor?, el sexo, tema que  despreocupadamente  fluía para conocernos mejor. “¿Has practicado esto?”, “¿qué piensas sobre lo otro?”, “¿te gusta que te traten de este modo o del aquel?”… Cada punto a tratar era un piquetito que lograba cosquilleos en cada zona de mi cuerpo.

Entonces, fuimos a un lugar más privado y pasamos a la terraza, un sitio rodeado de plantas y con un sillón antiguo de vestidura roja y aterciopelada con una mesita en la que puse mi vaso y un cenicero. Una cortina igualmente barroca separaba la intimidad del bullicio que poco a poco se fue diluyendo.

Dueño del control, entre frases insinuantes y caricias ‘amistosas’, daba instrucciones a los empleados para dar fin al día laboral. Yo, nerviosa por las sensuales posibilidades, bebía y fumaba excitada. “Regresé para no irme, ya todos se fueron… Necesito seguir practicando mi español”, dijo pícaro con ese acento británico que lo hacía aún más varonil a la vez que posaba su rodilla en el asiento.

Su acercamiento comenzó al pasar con sus dedos un mechón de mi cabello por mi oreja, mientras yo, sonrojada, agachaba mi cabeza y lo miraba de reojo, para después dirigir su mano hacia mi nuca, tomarla y aproximar sus labios a los míos… El beso duró el tiempo en que yo desabrochaba sexy su camisa a cuadros.

Me incorporé y ahora él era quien estaba cómodamente sentado para yo quedar sobre su cuerpo con mis rodillas clavadas en el sillón atrapando su cintura. Deslicé la prenda de sus hombros y, descubiertos, los besé mordisqueando y viajé hacia su cuello para lamerlo mientras Glenn tragaba saliva, jadeaba expectante y yo me movía sincopada para provocar su miembro con mi sexo.

Su bulto era un prominente aviso de que todo iba bien. El aroma del huele de noche que asomaba sus ramas a los costados de la terraza, enaltecía la madrugada de un verano húmedo como el encuentro. Y mientras seguíamos restregando nuestros genitales, nos comíamos a besos y resollábamos con esa furia de la impaciencia por sentir la flor de nuestra piel.

Así que desnudamos por completo los torsos y, abrazados, refregué mis senos en su pecho, continuamos devorándonos las bocas y yo bajé sus prendas inferiores hasta llegar a sus botas industriales… Desde ahí, lo observé; mis manos se plantaron en sus muslos, y él seguía jadeando y me miraba con una inyección de lujuria en las pupilas. 

Maliciosa, sonreí y empapé mi palma con la lengua, tomé su pene y transferí el remojo en su tronco para resbalar en él cadenciosamente, pasando mi pulgar por su glande barnizándolo con su brillante líquido que exaltaba aún más lo rosado de su recubrimiento; fue una antojable invitación a hacerle el oral que mi cachondo londinense esperó desde el primer contacto.

Hundí su falo en mi boca y lo chupé metiéndolo y sacándolo con un jugueteo ansioso; hice que me recorriera la cara, mi cuello, mis pezones duros y ardientes para, otra vez, engullirlo y que tocara mi paladar, rozara mi lengua, sintiera delicadamente mis dientes y escurriera de saliva cuando salía de mi cavidad hambrienta.

Me puse de pie, dejé que amara mis tetas y volví a montarme en él con mi vagina bien jugosa para incrustarme el trozo que reventaba de firmeza. Mis ojos se perdían en el domo traslúcido que cubría ese rincón testigo, a la vez que Glenn me subía y me bajaba por su miembro con sus fuertes manos sujetando mis caderas.

Tom Petty sonaba en la rockola del bar; “tuviste suerte, cariño, sí, tuviste suerte cuando te hallé”, rasgaba la voz mientras nos rompíamos juntos en un increíble orgasmo en la penumbra de esa terraza con fragancia a sexo mezclado con huele de noche…

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