El 16 de junio de 2015, el día en que desapareció María Alejandra Sánchez Ramírez, de 35 años, salió de su casa en una unidad habitacional en la delegación Azcapotzalco. Se despidió de su mamá, Silvia Ramírez y de su cuñada, Fernanda García González, y acompañó a su hijo de 12 años a la secundaria. Eran las 6:30 de la mañana.
De la secundaria, María Alejandra fue al DIF Azcapotzalco; quería tramitar una ayuda para sostener a sus dos hijos, pero encontró las oficinas cerradas; entonces tomó el transporte público rumbo a la colonia Doctores para llegar a las oficinas de la empresa Cometra y cobrar su pensión alimenticia. Así lo informó a su mamá, a quien llamó desde el celular poco antes del mediodía.
En esa llamada también platicó con su cuñada Fernanda, a quien pidió que, si no alcanzaba a regresar a tiempo, por favor recogiera sus hijos de la escuela.
Y es que cada 15 días María Alejandra tenía la misma rutina: cobraba su pensión en la Doctores y luego se dirigía al centro de la ciudad de México, donde compraba carteras, monederos y otras chácharas para surtir un puesto que atendía los domingos en el tianguis cercano a su casa. Era, de alguna forma, un día en el que se permitía pasear y llegar tarde a casa, entre 6 y 8 de la noche.
Por eso cuando se acercó la hora de salida escolar y Alejandra no había llegado la cuñada fue por los niños. Y a las 7 de la noche, cuando la señora Silvia marcó al celular y Alejandra no contestó, tampoco no se preocupó demasiado. Pero a las 8:30 de la noche, cuando el padre de María Alejandra llegó a casa y preguntó por ella, supieron que algo no estaba bien.
Esa misma noche, al filo de las 10 horas y tras intentar una y otra vez comunicarse con ella sin éxito, los padres se trasladaron a la delegación Azcapotzalco para levantar un acta; en las oficinas los canalizaron a CAPEA, donde llegaron pasadas las 11:30 de la noche.
“Nos atendieron muy bien”, explica Silvia Ramírez, “el problema es que no han hecho nada de lo que dijeron que iban a hacer”.
Las autoridades se comprometieron específicamente a pedir los videos de las cámaras de Cometra y los alrededores e investigar el teléfono celular de María Alejandra.
Las cámaras sí fueron revisadas, pero —según el dicho de las autoridades— ninguna apuntaba hacia el lugar por el que María Alejandra ingresó. La familia relata que preguntaron en este lugar, les dijeron que la mujer sí había cobrado la pensión; sin embargo, se negaron a mostrar alguna bitácora u hora de llegada. Alegaron que no había registros, por lo que hasta la fecha es imposible establecer la hora en la que llegó al lugar o se retiró.
Pero la pista más relevante es el teléfono celular: los familiares han identificado tres números desconocidos que María Alejandra marcó durante los días anteriores a su desaparición. No han sido investigados.
Más aún, cuatro días después de la desaparición, el teléfono comenzó a funcionar de nuevo. La cuñada marcó y contestó una persona. Fernanda pidió hablar con su cuñada. La persona desconocida negó saber su paradero. Dijo que había comprado el chip —y no el teléfono— en un mercado al oriente de la ciudad y que desconocía por completo el origen de éste.
En el servicio de mensajería de WhatsApp, la cuñada se percató de que éste funcionaba durante pocas horas a la semana. La persona desconocida que hace uso del celular comenzó a subir fotos de perfil que cambiaba regularmente. En una ocasión subió una selfie hecha mediante un espejo: se ve la persona abrazada por su pareja. En la mano sostiene el celular con el que tomó la fotografía: el mismo celular de María Alejandra. Toda esta información ha sido proporcionada a las autoridades y hasta la fecha no han dado seguimiento al caso.