Estimados amigos de El Gráfico: Primero quiero ofrecer mi más sentido pésame a la familia de don José Nájera, mejor conocido por todos nosotros como Fishman, quien falleció el pasado sábado 8 de abril, dos días después de su cumpleaños número 66.
Sin duda una noticia que lamentan todos los grandes aficionados que lo conocieron y vieron luchar en el histórico Toreo de Cuatro Caminos, lugar del cual hoy les voy a platicar.
Manejaba mi automóvil por el Boulevard Adolfo López Mateos, mejor conocido como el Periférico. Circulaba de sur a norte a la altura de Avenida del Conscripto, muy cerca del Hipódromo de las Américas. Y recuerdo que mi mente me indicaba que aproximadamente a un kilómetro de distancia de mi lado derecho se encontraba el Toreo de Cuatro Caminos.
De pronto mi cuerpo experimentó ese mismo nerviosismo que siente antes de llegar a una arena. Esa inexplicable sensación de incertidumbre cuando el corazón empieza a latir con mayor velocidad antes de cada lucha.
A lo lejos pude ver la enorme cúpula de acero que jamás fue terminada en su totalidad y el reflejo del sol en las láminas que medio cubren el techo del imponente lugar.
Carlitos Suárez me platicó en alguna ocasión que este coso se inauguró como plaza de toros el 23 de noviembre de 1947 y debe su nombre al entronque de los 4 caminos que se comunicaban: Ciudad de México, Cuautitlán, Tacuba y Huixquilucan.
En este histórico lugar se realizaron corridas de toros hasta 1968 y más tarde también algunos conciertos musicales.
Este recinto se llenó de luz, de gritos, de emociones y de fieles aficionados al deporte de la lucha libre cuando se convirtió en “La cueva de los independientes”.
Como flashes llegan a mi mente recuerdos de cuando asistía como aficionado y disfrutaba de épicas batallas, como los relevos increíbles entre El Santo y René Guajardo, formando dueto por primera vez, para enfrentar a Ray Mendoza y Blue Demon.
Ahí vi en acción al trío de Seda, Oro y Plata integrado por Aníbal, El Solitario y El Santo. Cómo olvidar el 12 de septiembre de 1982 cuando mi padre luchó por última vez en su carrera acompañado por su querido compañero y mejor amigo, Gory Guerrero.
Salí por la lateral del Periférico a unos 500 metros antes del Toreo y recordé mi debut en 1983, con Black Man y el Matemático contra Lobo Rubio, Blue Panther y Black Terry.
Recordé esos encuentros contra El Negro Casas, así como mi alternativa cuando formé pareja con Canek y nos enfrentamos a nuestros experimentados y rudos contrincantes: Perro Aguayo y Fishman, de quienes aprendí mucho (literalmente a base de sangre, sudor y lágrimas).
Busqué aquella estrecha entrada del estacionamiento, pero esta vez era más grande. Entré y me sorprendí cuando una máquina me habló con voz robótica y me dijo: “Bienvenido a Parque Toreo, tome su boleto!”
Estaba dentro de un enorme estacionamiento inundado de diminutas luces rojas y verdes. Estacioné mi auto y corrí al pasillo que me llevaba a los vestidores, pero el pasillo había desaparecido y en su lugar una enorme escalera eléctrica indicaba el camino.
Subí en ella y la cúpula de acero ahora era más pequeña y era de cristal.
Las gradas ya no estaban y en su lugar me encontré con bancos, cines, tiendas, clubes deportivos, zapaterías y todo lo que hay en un centro comercial.
Miré a mi alrededor y me sentí perdido en un lugar que según yo conocía a la perfección. No sabía si estaba parado en el vestidor, en las gradas, en la enfermería o en el ring.
Un profundo sentimiento de tristeza, nostalgia y desolación invadió mi pecho y no pude evitar llorar y preguntar: ¿Quién me ha robado el Toreo?
La muerte no la podemos evitar, pero lo que sí podemos evitar es destruir edificios históricos, archivos, fotografías, cartas, libros y documentos.
Nos leemos la próxima semana, para que hablemos sin máscaras.