Confieso que me gusta que mi novio me ruegue y me quiera convencer de ir a la plaza del sexo juntos. Me encanta que me tome en cuenta y que se preocupe por agasajarme.
Quiero que se me quite la pena y atreverme a ir con él. Yo no tengo nada en contra de usar un consolador. El nombre lo dice todo. Este tipo de objetos son muy íntimos. De hecho, dentro del cajón donde guardo mis calcetines, hasta atrás, escondí dos vibradorsotes que ya no tienen pila.
También compré uno chiquito que se disimula entre los cosméticos; parece un perfumero, pero vibra. Le regalé uno a cada una de mis tías y otro a mi hermana. Los compré un día que fui sola a una sex shop. Sola sí me animé, pero ir con mi novio es otra cosa...
Es una situación incómoda, aunque él dice que las parejas modernas podemos compartir esas "sana perversiones".
Hasta ahora le he dicho que no; le digo que vaya él y me traiga lo que sabe que me encanta, que no se haga menso, que él sabe exactamente lo que me gusta sentir dentro y que esas cosas las compra el hombre y las da de regalo. Él se ríe y me insiste...
No me cree que para mí es feo que me vean entrar a esos lugares; no quiero que la gente piense que soy una calenturienta.
No critico a nadie, pero yo no veo revistas de hombres encuerados ni de mujeres chichonas. A mí no me gusta estar viendo muñecas con un hoyo en la boca, ni unos pitotes de tamaños raros. Sin embargo, mi novio dice que eso es parte de lo atractivo de ir a esas tiendas: ver cosas que nunca comprarías o cosas rarísimas y absurdas que te hacen sentir idiota. Él dice que está seguro de que nos vamos a pasar un rato entretenido, que vamos a salir de ahí con ganas de coger y que no puede haber nada más sano que escoger entre los dos el vibrador con el que vamos a jugar y a pasarla rico en la cama.
Me da risa; más bien creo que me da muchísima vergüenza. Bueno, si mi madre se entera me mata.
Qué horror si me encuentro a mi hermano ahí dentro. Yo creo que me saca de los pelos. Y es que así me educaron desde chiquita; esos lugares no son más que para ir solita o con amigas alivianadas.
Por esa razón es que me metí a curiosear a una tienda de ésas; fui bajo mi propio riesgo, además a una colonia donde no me conoce nadie. Entré, compré y nunca he regresado. Quise ir porque tengo derecho a saber lo que venden. Soy una mujer libre e inteligente, moderna y sana, pero no por eso tengo que ir ahí con mi novio, para que otras personas vean lo que me gusta hacer con él y cuáles son nuestras locuras.
¿Y qué tal que quiero un pitote rosa de seis velocidades y cuatro texturas diferentes, de esos que usan tres pilas gordas? ¿O qué tal que me aliviano, que voy con mi novio y lo escogemos juntos? Quizás lo mejor sea dejar que él me consienta y que compremos entre los dos mi juguetito calentador.
Ya le voy a decir que sí y que de ahí me invite a pasar una tarde rica al hotel... ¿Por qué no?