Mi tremenda retaguardia

12/10/2015 03:00 Yudi Kravzov Actualizada 11:53
 

Soy un hombre afortunado, bendecido por un par de nalgas que llaman tremendamente la atención.

Cuando necesito un poco de confianza en mí mismo, las pongo a prueba y nunca me han defraudado. 

Por ejemplo, cuando ando con espíritu provocador, me da por ir con los doctores de las farmacias de similares, vestido con unos shorts chiquititos y sin calzones. Invento algún síntoma, me desvisto con cualquier excusa y les enseño la cola hasta que los médicos se empiezan a poner nerviosos. A mí eso me da placer, emoción y mucha risa. 

También, en algunos baños públicos, a la hora de mear, me bajo los pantalones y más de uno voltea para ver mis enormes pompas. A veces hasta me sacan conversación o me invitan a tomar algo. 

Antes, a mí me encantaba darme masajes con mujeres, pero como nunca querían hacerme el famoso “final feliz”, decidí comenzar a experimentar con hombres, y fue así como supe que disfruto más de las caricias fuertes y de las manos masculinas. Y es que las mujeres son más recatadas. Por más que insistía, e incluso ofrecía pagar más para que se animaran, no lograba convencerlas y más de una se ofendió. Para ser sincero, ninguna cumplió con mis expectativas. 

Cuando por fin me lancé con los hombres, todo fue mucho más fácil. La primera vez fui con un chico un poco amanerado. Empezó con un delicioso masaje en la espalda. Del cuello, fue bajando poco a poco; se detuvo un buen rato en cada vértebra. Me iba sacando el estrés que yo traía acumulado, y con preguntas concretas, supo mucho de mí. Luego, se fue directo a mis enormes, redondas y bien paradas pompas. Comenzó despacito; me las masajeó en círculos amplios, de abajo hacia arriba, de adentro hacia afuera. Nunca antes había experimentado algo así. Sus dedos parecían mágicos y su fuerza me invadió de una sensación deliciosa. Yo no podía estar quieto; la excitación que me producía era nueva, fascinante. Empecé a mover las nalgas al ritmo de sus caricias. 

Sus manos se fundieron en mí a tal grado que el pito se me puso duro, durísimo. Volteé a ver al masajista y era obvio que él también estaba excitado. La conexión era extraordinaria. Me siguió sobando la cola hasta que, sin tocarme el pito, eyaculé fuertemente. Fue un momento único y maravilloso que me mostró la fuerza animal de mis sentidos. 

Mis visitas cada vez se hicieron más constantes; su masajes mejoraban en cada encuentro y sus manos me acariciaban de manera especial, pero cuando llegaba a mi cola, la cosa se ponía mucho más intensa, deliciosa, y luego, yo desahogaba. 

Desde entonces, he ido sólo con masajistas masculinos. He conocido a diferentes masajistas y varias técnicas; unos usan los codos, o los antebrazos; otros, hasta se suben a la cama y se sientan o caminan sobre mí. Todos, sin excepción, se quedan impresionados por mis nalgas.

Cuando el masaje es a domicilio, ellos también se desvisten y veo cómo se les para el pito. 

Confieso que estas experiencias me han dado confianza en mí mismo. Ahora me sé un hombre verdaderamente sexy y bien dotado. Hasta me da por tomar fotos de mis nalgas, desde distintos ángulos, y se las mando por whatsapp o por mail a mis amistades. 

No le pido nada a la vida. Me divierto mucho con lo que hago, me lo paso bien y me siento seguro, porque sé que llamo la atención. Me siento bendecido.

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