Cuando amanece lloviendo, siempre me pasa lo mismo. Me acurruco entre las cobijas de mi cama y me nace el deseo de reportarme enfermo y no llegar a trabajar. Siento unas ganas tremendas de quedarme acostado para pensar en Regina y hacerme una o dos o hasta tres chaquetitas en su honor.
Por la ventana, veo la mañana obscura y lluviosa, y me concentro en inventarme un padecimiento. Comienzo con sentirme mareado y me repito a mí mismo que tengo calentura, que si no me quedo en cama, puedo enfermar de gripe y pulmonía.
Despacio, planeo qué le voy a decir a mi jefe por teléfono, para que me crea enfermo. Empiezo a toser para que se me raspe la voz y de verdad se me irrite la garganta.
Luego me acomodo dentro de mi cama, me envuelvo entre las cobijas y cierro los ojos de nuevo. Imagino que no va a parar de llover en todo el día y que entre una película y otra, no me voy a levantar. Me veo echándome una película tras otra, comiendo ‘chatarra’, pensando en los pechos, las piernas, las nalgas y el pubis de Regina.
Entonces se me para, la erección que siento es maravillosa, me la acaricio y me toco la puntita pensando que son sus manos las que me rozan.
Me hace ilusión quitarme los lentes para ver la tele con nitidez. Se me antoja pensar en que con un vaso de café con leche y un pan dulce, tengo para quedarme toda la mañana acostado y calientito, hasta que me doy cuenta de que mi hermano tiene la misma idea de quedarse.
De seguro, le va a llamar a su novia para meterla a la casa en cuanto mi mamá se vaya a trabajar. Es ahí cuando reacciono. Sé que si me quedo, me voy a pasar la mañana escuchando los gemidos, las risas, los gritos de placer y los pleitos de mi hermano y de su novia. Tienen una inusual y muy particular manera de relacionarse. Los conozco. Van a coger y se van a pelear. Siempre lo hacen así.
Cuando recapacito y reconozco que voy a estar mejor en el trabajo que en la casa, que mis tres ‘chaquetas’ van a tener que esperar y que más me vale apurarme al baño, vestirme hecho la madre y correr a agarrar el camión que me deja a diez cuadras de la chamba, lo hago sin titubear. Si no ‘me pongo las pilas’, tendré que aguantar durante más tiempo a mi hermano en ese huevo de casa que tenemos.
Sólo de pensarlo, hace que se me quite la flojera. Me urge ganar más lana y rentar algo fuera de casa de mis papás.
No puedo evitar imaginar a Regina hasta cuando voy en el transporte. Eso me tranquiliza, pero también hace que se me vuelva a parar. No sé si la gente lo nota, pero me pongo mi portafolio encima y me hago pendejo.
El día está como para llamarle, para verla y meternos a la cama; el día me grita “mándale un mensaje, hoy no te va a batear, ruégale si es necesario; escríbele”. Le mando un mensajito, veo que lo recibe, y me la imagino leyéndolo... No me contesta; pienso que está ocupada.
Llego a mi chamba y aún no me contesta. Me doy cuenta de que mis ganas van a tener que esperar, porque no voy a poder estar con ella. Me la voy a pasar con frío y con las ganas guardadas en el pantalón.