Estoy enamorada del novio de mi hermana. Esa es la verdad. Juan es perfecto para mí, pero si ella está de por medio, el amor entre él y yo es simplemente imposible.
No hay nada que pueda hacer; lo único que me queda es esperar a que esa relación termine.
Voy a dejar pasar unos meses y después, estoy segura de que Juan me va a buscar, haremos el amor, planearemos nuestro porvenir, consolidaremos una relación y podremos vivir por siempre felices.
Juan es el hombre perfecto. Él estudia medicina; yo, enfermería. Adora el cine de arte y yo soy fanática del cine francés. Le encanta hablar de política y yo me leo tres periódicos a la semana para estar al tanto de lo que pasa en nuestro país. De la comida mexicana, ni hablar; guiso mucho mejor que mi hermana. Una diferencia es que ella es cuatro años mayor que yo, y por su estatura, hacen una pareja linda.
Se conocieron en el Hospital de la Raza. Hacen guardia los mismos fines de semana y sé muy bien que Juan le ha metido más que la mano. Cuando viene a casa, a mí me gusta conversar con él. Me pongo a cocinar para que vea que soy atenta con la familia y para que pruebe mi sazón, pero mi hermana hace lo posible por llevárselo antes de que nos sentemos a comer o se acomoda entre los dos para que Juan y yo no podamos platicar como a mí me gustaría.
A mí me fascina escucharlo tocar la guitarra y mi hermana no se sabe las canciones que él y yo cantamos de memoria. A mí me gusta el fut y mi hermana lo detesta. De verdad que Juan y yo estamos hechos el uno para el otro, hasta me matan de la risa los mismos chistes que a él le gustan y que a mi hermana se le hacen siempre estúpidos.
Yo creo que mi hermana no lo quiere en serio; se lo he dicho a mi madre y ella me dice que no debo meterme entre ellos hasta que mi hermana y él decidan terminar. Eso a mí me pone mal. Me gustaría irme a vivir lejos para olvidarlo, para no intervenir en esa relación y no hacer que mi hermana se encapriche más con él. Ni siquiera puedo dejar de espiarlos cuando llegan tarde y se quedan solos en la sala mientras piensan que todos estamos dormidos. Oigo cómo se dicen secretitos. Los he visto quitarse la ropa cuando mis papás no están o cuando ya se fueron a dormir.
Yo, sola, celosa y enojada, me quedo escuchando cómo suenan sus ruiditos de amor. Si supieran, dirían que soy una tonta morbosa que da lástima.
Yo sé que Juan me ve como a una niña, porque me lleva seis años, pero de verdad que ellos no son compatibles. Él no se da cuenta de que lo que yo puedo dar es amor del bueno, que mi hermana es solamente una loquita que quiere vivir aventuras. Si me viera más como a una mujer y menos como a una niña, terminando mi carrera técnica de enfermería, yo estaría dispuesta a casarme y a darle un hijo. Daría mi vida entera por él.
Me miro al espejo y me digo: “Aguanta, Mariana, aguanta. Ya llegará el día en que te mire distinto”. Sé que mi hermana sale con otros, lo trae de aquí para allá y nada más no se decide, mientras que yo me muero por abrazarlo, por encontrar en sus brazos calor y, en su cuerpo, el refugio que quiero que siempre me proteja.