Me intrigaba mucho que Tito, mi hijo, se encerrara tan seguido en su habitación.
Me desesperaba que se pasara buena parte del día escribiéndose mensajes de celular con amigos que no le conozco.
Mi hija fue quien me dijo que Tito se queda despierto hasta altas horas de la noche, con la luz de su cuarto prendida, y que cuando ella le toca la puerta y le pregunta que si puede pasar, él no la deja entrar.
Yo quería que mi hijo me contara de sus cosas. Le hacía preguntas, pero parecía que no sabía cómo acercarme a él.
Y es que todo lo que le decía lo ofendía; todo lo que le preguntaba le caía gordo.
Cada que yo regresaba de la chamba, terminaba por saber cada vez menos de él.
Esta situación cambió de pronto, y ahora ya no sé si quiero saber más o no.
Hace unos días, cuando Tito salió de casa, me dediqué a revisar su cuarto y encontré unas revistas de hombres con hombres que me dejaron ‘con el ojo cuadrado’. No me había dado cuenta de que mi hijo es gay.
Por supuesto, no le quise decir que estuve buscando en sus cajones, porque nunca me ha funcionado entrometerme.
Fui con un psicólogo, vecino nuestro, y al principio sólo le conté que sentía a mi hijo muy alejado, que a veces parece que me odia. Le expliqué que no se lleva bien con su papá, que durante varios días nos deja de hablar y que todo lo que sale de mi boca, termina en reclamos.
El psicólogo me dijo que la mayoría de los jóvenes pasan por una fase de apatía y que tienen un mundo de posibilidades y a la vez ninguna.
Comenzó a hacerme preguntas, hasta que le conté lo de las revistas, y en ese momento me dijo que debía hablar de la homosexualidad de una manera general y expresarme en una forma positiva y respetuosa.
Esa misma tarde, cuando Tito llegó a casa, lo invité a la cocina a compartir conmigo unas jícamas con chile y limón, que sé que le encantan.
––¿Sabes que el hijo de mi comadre Renata se declaró gay? —le pregunté haciéndome la que no sabía.
––Claro, mamá, todo mundo está enterado de eso.
––Pues sí, pero para mí eran sólo chismes.
—Todo cambió cuando mi comadre me contó que por fin el novio de su hijo fue a cenar a su casa, que es un buen muchacho, que le gustó conocerlo... Hasta me dijo que ella no va a perder un hijo sólo porque sea homosexual —eso último lo inventé yo para ver cómo reaccionaba.
En ese momento, mi hijo comenzó a hacerme preguntas de qué haría yo y cómo tomaría esa noticia si fuera mi caso. Yo pensé que estaba a punto de confesarme su homosexualidad y hasta me preparé para recibir la noticia. De pronto, me dijo que se hace llamar Tita entre sus amigos y que le gusta ponerse una peluca güera cada que sale a bailar.
Yo sentí que me desmayaba. No podía creer que mi hijo fuera algo tan lejano a la persona que yo veía a diario en casa. Entonces, me sacó de no sé dónde, una caja con pelucas, sombras, barnices de uñas, pestañas postizas y lápices labiales.
Logré que me contara de los lugares que frecuenta con sus amigos y dónde se cambia de ropa al salir de casa. Supe también quién le enseñó a maquillarse y me confesó que le toma ropa prestada a su hermana.
Luego, me echó un discurso de que sentirse liberado y confesarme toda la verdad ha sido lo mejor que le ha pasado. Yo no podía hablar. No le hice más preguntas porque no hacía falta.
Él me seguía contando miles de detalles. Llegó un momento en que quiso mostrarme fotos que tiene en su celular. Le arrebaté el teléfono de las manos y le dije que necesitaba entrar al baño. Me quedé sentada en el escusado, con miles de dudas en el corazón, y después, estuve un rato viéndome al espejo, preguntándome cómo diablos se lo iba a explicar yo a su papá.
No sé si quiero saber más de sus cosas. Todo lo que me dice me espanta, me ofende; todo lo que me contesta me cae como cubetada de agua fría y no sé ni cómo reaccionar.
Entre suspiros me pregunto qué diablos pasa en su cabeza y qué sucede en mi casa mientras yo salgo todo el día a chambear.