Regalo sexual

28/12/2013 03:15 Yudi Kravzov Actualizada 23:56
 

El regalo que me dio Pedro no me sorprendió. Cuando vi el paquete rojo y rectangular adornado con un moño color plata, supe de inmediato que se trataba de unas medias de lycra muy coquetas y femeninas. Siempre me ha dicho que le gusta acariciar las piernas de una mujer con medias puestas. Me las dejó encima de mi buró. Acordamos abrir los regalos por la noche. La idea de hacer un intercambio entre nosotros fue de él; quedamos que tenía que ser algo con lo que pudiéramos jugar los dos en la cama, una sorpresa que compraríamos por separado en una de esas tiendas rosas, llenas de luces de neón y travesuras, donde venden juguetitos para adultos que gustan del placer sexual.

La primera vez que fui me quedé medio congelada. Iba sola. No quería mirar de frente los objetos que en general me parecieron grotescos. Después, poco a poco y con la ayuda del vendedor, empecé a entender la diferencia entre los tipos de vibradores que existen y a distinguir entre un material y otro. Me sorprendí de la variedad de tamaños, texturas, colores y de lo ingenioso, lo lindo y bonito que pueden ser.

Le expuse mis dudas al vendedor. Él me enseñó una variedad incansable de modelos: grandes, medianos, pequeños, en forma de pene, y otros de diseños discretos y estilizados. Por momentos, cuando todavía no me decidía, le pedía su opinión y él me explicaba desde la función del lubricante, hasta la forma en la que debía introducir el juguetito. Después de un rato me decidí por un vibrador que, de manera indirecta, él me recomendó.

Al día siguiente, desperté llena de culpa, y no precisamente por haberlo comprado ni por haber disfrutado sola con mi nuevo juguetito, sino porque en mi fantasía, mientras jugaba, me estaba dando al vendedor que me atendió y toda la noche soñé con él. Fui a la tienda en la tarde, para ver si se me quitaba esa obsesión por él, pero me pasó lo contrario. Me saludó atento, me hizo plática y me recomendó probar algo diferente. Sacó un vibrador de un cajón, uno que yo no había visto expuesto en la tienda, dizque para sus clientas especiales. Directa y alivianada, me acerqué mucho al vendedor para sentir su olor. Tomé el vibrador que me mostró y lo prendí para sentir sus múltiples velocidades. Yo quería que su mano y la mía se tocaran para conocer la temperatura de su cuerpo y la textura de su piel, pero él puso el juguete en mi mano y no me tocó, ni lo toqué tampoco.

De la tienda me fui directo a casa. Ya en el camino, iba apretando las piernas, prendida, mojada en esas fantasías en las que él y yo nos dábamos. Una y otra vez, en mi cama con los dos vibradores, lo hice con él en mi imaginación. Cada vez que despertaba agotada del trance, sentía una tremenda necesidad de ir de nuevo a la tienda y verlo... En pocos días, esas visitas se volvieron un ritual. A lo largo de dos semanas probé aparatitos diferentes, condones de sabores, vi cuatro películas porno, me vestí de enfermera y amarré mi tobillo con unas esposas a la pata de mi cama, y mientras usaba mis juguetitos, fantaseaba siempre con el vendedor.

Se acercaba el día del intercambio, y yo todavía no decidía qué regalo debía comprar. Descarté los vibradores grandototes que me dieron miedo y que parece que fueron hechos sólo para lastimar. Cuando vi cuánta lana me quedaba para el regalo, noté que entre un juguetito y otro, me había gastado más de la cuenta. Así que, ingeniosa, adorné una caja de zapatos y ahí dentro metí todo: aparatitos, esposas, películas y lubricantes para regalarle a Pedro el kit completo que tanto me había hecho gozar.

El placer de la ir a la tienda se me quitó cuando el vendedor me dijo que con esos aparatitos él también goza muchísimo. Entonces salí de ese lugar un tanto desconcertada y sin comprar nada. Llegué a mi casa casi disgustada. Me encerré en mi cuarto, y con uno de mis juguetitos entre las piernas, me imaginé tratando de meterle vibradores al vendedor hasta por las orejas. Gracias al cielo en ese momento apareció Pedro en mi fantasía y me di a la tarea de hacerlo gozar a él.

 

No sé qué espera encontrar Pedro en la caja que envolví con papel de china color rojo, pero yo estoy segura de que hoy mismo, sensual y coqueta, le bailo con las pantimedias negras que me compró y, antes de que haga nada, con mis juguetitos y de regalo de navidad, me lo voy a comer yo.

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