Para Yolanda Reygadas, educar se parece mucho a pintar sobre un lienzo a colores. "Se trata de modelar, de captar instintivamente la naturaleza de un alumno para construirlo", dice esta mujer de 70 años que dedicó su vida a pincelar el carácter de los niños.
De pequeña, Yola anhelaba dedicarse a la pintura. Como la mayor de cinco hermanos, creció entre higueras y árboles frutales que delimitaban las casas del barrio, en un ambiente mítico del pueblo de Coyoacán. Vivía en la casa más antigua de la colonia, una en la que los muros de 80 centímetros y las bóvedas catalanas fueron construidas hace más de 200 años.
La gente de la calle se conocía y las casas permanecían las noches con las puertas abiertas. El único riesgo importante de aquel entonces era la Avenida Miguel Ángel de Quevedo cuando de vez en cuando pasaban coches.
Ahí de niña, Yolanda aprendió a pintar y aunque le encantaba hacerlo, al llegar el momento de decidir su futuro, su padre se lo prohibió.
"Tú no vas a ir a esa cueva de marihuanos", le dijo al referirse a la Academia de San Carlos en pleno auge de la década de los sesenta.
Pero optar por lo que su papá consideraba como una "carrera de señoritas", lejos de alejarla de su destino, la acercó a su verdadera vocación. Se convirtió en educadora.
"Desde el primer momento me sentí muy identificada. Gocé mucho mi carrera porque los niños a esa edad son unas esponjas.
Es un amor incondicional el que te tienen y te adoran", comenta la egresada de la Escuela Nacional de Educadoras.
A los 18 años, sus alumnos ya se referían a ella como "Señorita Yolanda" y llegaban con ilusión y sin zapatos para tomar apuntes en una escuela de Milpa Alta en donde Yola comenzó su profesión. Sin gota de maquillaje, falda negra y blusa blanca, el primer día de clases la joven ya estaba ahí, expectante para comenzar a enseñar.
"Ser educadora era muy prestigioso. En esa época las maestras íbamos impecables porque éramos el ejemplo de la comunidad. Si tú ibas sucia era un deshonor para los maestros", dice Yola orgullosa.
La idea de ser el ejemplo de la comunidad, como alguien respetado y querido, la comprendió ese día cuando de manera muy ruda, una señora se acercó a preguntarle "Oye tú ¿dónde está la maestra?" Y Yolanda, desconcertada le contestó: "La maestra soy yo".
A la mujer inmediatamente le cambio el rostro y con una actitud distinta le dijo: "Discúlpeme maestra, es que vengo a inscribir a mi niño".
Para Yola, cuando eres maestro, modelas y construyes como un pintor a su obra. Por eso la llenaba de orgullo ver que un niño que comenzaba agresivo el año escolar terminaba disciplinado y tranquilo. Así la profesora entendió que en cuestión de enseñar, es importante bosquejar con distintos ritmos de aprendizajes.
"Era una maravilla ver la carita de los niños. El primer día de clases, siempre me paraba en la puerta para verlos entrar, porque desde ahí empiezas a ver el carácter de los niños. Los que están envalentonados, los que lloran, los que enseguida se te acercan".
En esa escuela de Milpa Alta dónde comenzó, Yolanda trabajó su primer año de profesión y siguió dando clases en la colonia Jardín Balbuena por doce años. Aunque después se dedicó a trabajar para la SEP y a ser maestra de Historia en el Museo de las Intervenciones esa expresión de los niños en el primer día, nunca la olvido. "En donde estuviera, mi pasión fue ser educadora. Siempre, siempre soñaba con estar de nuevo con ellos, los niños".