V an ustedes a tener que salir para apoyar al Señor Presidente, gritó un hombre desde la puerta de la oficina en donde trabajaba Arturo Gutiérrez Orihuela.
Nunca supo quiénes o de dónde realmente eran, pero la mañana del 10 de junio de 1971, “gente del gobierno” comenzó a evacuar las oficinas aledañas al Centro Histórico, obligando a los empleados a bajar a la plancha del Zócalo para unirse en favor de las medidas presidenciales para contrarrestar lo que, dijeron, “estos muchachos han hecho”.
“Pero nosotros éramos esos muchachos. Yo por lo menos lo era y tramitaba todavía mis papeles de titulación universitaria”, comenta el hombre de 72 años, quien aun recuerda con orgullo su número de cuenta.
Don Arturo dice que él, desde su nacimiento vivió en “tiempos milagrosos”.
Oriundo del Barrio de Jamaica, cuando todavía no había mercado sino puestos de comercio informal sobre calles de tierra, este hombre todavía recuerda que de niño veía pasar sobre Calzada La Viga el tren de fierro que recorría la ciudad a cambio de 10 centavos.
Entre esas primeras memorias, también está la imagen de los dos majestuosos guardianes de la ciudad: el Popocatépetl y el Iztaccihuatl, que claramente se alcanzaban a ver a lo lejos, desde los primeros brotes matutinos.
Arturo siempre fue un estudiante entregado y constante, un alumno “de media tabla” que triunfó en todos los ámbitos profesionales de su vida. Se preparó para ser contador público en Ciudad Universitaria y recorrió la ciudad todas las mañanas durante nueve semestres para lograrlo. Egresó en 1967 cuando el camión ya cobraba 25 centavos y él tenía 23 años.
“Trabajé en las áreas administrativas de las empresas que es donde se organiza y planea la logística. Nos quedábamos hasta tarde en Navidad, en Año Nuevo y hasta el último minuto de la última hora de la jornada laboral”, comenta el hombre que formó parte de la Secretaría de Hacienda, de Recursos Hidráulicos y años más tarde como profesor del Instituto Politécnico Nacional.
Siendo estudiante, a Arturo no le tocó viajar en los primeros trayectos que recorrían los vagones del Metro inaugurado en 1968, pero lo que sí le tocó fue la efervescencia del movimiento estudiantil que atestiguó como empleado del gobierno.
La tarde del Halconazo, trabajaba para la Dirección de Auditoria Fiscal Federal y junto a él sobre la plancha del Zócalo, recuerda que había alrededor de 30 mil personas entre empleados, estudiantes y militares.
Vio a las tanquetas salir desde la calle de Corregidora, las personas que se resguardaban pegadas a la puerta Mariana corrían para la Catedral como si estuvieran en una zona de guerra.
“Llegaban los granaderos sobre la gente sin importar si era mujer, niño o estudiante. Querían disolver la manifestación porque había muchas personas que apoyaban a los alumnos y algunos vecinos lanzaban cosas a los militares desde los balcones de los edificios”.
Después de las 3 de la tarde, la misma gente que los sacó de sus oficinas, empezó a decirles que se fueran del Centro. “Y era una calma chicha lo que había porque estaban los soldados y los granaderos, pero de pronto ya había más gente de seguridad que civiles”.
Para salir del sitio del caos, Arturo corrió por avenida 20 de noviembre cuando los granaderos se le “dejaron venir”, pero él como era ágil escapó por Fray Servando ileso.
Al otro día, llegó a trabajar de manera normal y aunque nadie dijo nada del incidente, en su corazón y en su memoria los rastros quedaron. “Yo nunca vi que lastimaran a alguien, pero que lo hayan hecho. En aquel entonces, así era como se las gastaba el gobierno”.