Cuando Margarita Fragoso plancha, su mente se transporta a otros lugares. Si de fondo escucha ‘Novia Mía’, de Los Panchos, los recuerdos de su juventud comienzan a poblar su mente. Las imágenes de cuando le llevaban serenata caminan junto al sosiego que a Margarita le da planchar.
Momentos para apreciar. Se acuerda, por ejemplo, del viaje en el que conoció a su segundo esposo. Fue hace 40 años, durante unas vacaciones a Acapulco. Con el poco sueldo que le daba la fábrica textil, donde en ese entonces trabajaba, agarró a sus cinco hijos y se los llevó a disfrutar el mar junto con todos los compañeros de su trabajo.
“Mal dormíamos porque no teníamos dinero para un hotel. Nos quedamos en el camión, nos bañábamos donde podíamos y la señora que lo organizó ponía su anafre para comer todos de ahí”.
En una tarde de sol, él la halagó invitándole un refresco y de ahí comenzó la plática. De regreso a la ciudad, la amistad con ese hombre siguió, pero en su mente había cosas más importantes.
Antes de separarse de su primer esposo, la mujer de ahora 75 años administraba los 100 pesos mensuales que de la mano de su marido recibía.
Abriendo brecha. “Cuando cumplí 16 años ya tenía una hija; a los 17 ya tenía a la segunda. En aquel entonces se usaba que te casabas y tenías ‘chorrocientos’ hijos, pero mi suegra, que siempre fue mi amiga, me cuidaba y me ayudó".
Le decía: “No te llenes de hijos” y la llevaba a comprar pastillas anticonceptivas, que apenas empezaban a usarse. Las vendía un doctor que las entregaba en conitos de agua que ella y su suegra recogían cerca del metro Durango.
Su suegra no estaba fuera de razón. Cuando a los 45 años Margarita se separó de su primer marido, se descubrió una noche tronándose los dedos para ver cómo alimentarlos.
“Cuando me vi ese día sin gasto y sin nada, mientras los veía dormir, dije: 'Pues no los voy a dejar morir. Al rato se van a parar con hambre y qué voy a hacer’”, comenta Mago, quien consiguió trabajo, primero de planchado en una casa, y más tarde en la costura y ajuste de vestidos de novia.
Una forma de imaginar. Tal vez por eso siente tanta tranquilidad cuando plancha y toca las telas. Recuerda que confeccionarlas fue lo que la sacó adelante y también le ayudó a soñar.
“Al estar viendo las telas me imagino cómo las tejieron, cómo fue que las hicieron con tanto hilo y formaron tantas figuras. Para mí todas las prendas tienen una historia".
Su trabajo le permitió conocer muchas cosas, pero para Margarita lo más importante, desde entonces, era que las telas hablaran por sí mismas, al mismo tiempo que conversa con ellas.
Son muchas las madrugadas en las que a Margarita se le va el tiempo planchando.
Plancha y dobla las telas, mientras su corazón visita lugares de antaño.