S u nombre es Esther Antonieta Islas Villegas, pero prefiere que no le llamen Esther. Así le decía su mamá cuando la regañaba por no aceptar sus imposiciones. Por eso, ahora se presenta sólo como Antonieta o Tony para los amigos, como ella dice. Tony, corazón rebelde y alas bordadas de libertad.
"Me ayudó mucho en la vida ser así: libre. He tomado mis propias decisiones y hago lo que siempre quise hacer", dice carismática, ataviada en sonrisa y sombrero elegante.
Cuando era niña, su mamá se enojaba con ella porque decía que era "muy tremenda" porque no decía sí a las cosas en las que Tony no creía. La combinación no podía ser peor: ella independiente y la mamá autoritaria.
Como si fuera una medicina, le pegaba tres veces al día: mañana, tarde y noche, aunque el espíritu de Tony nunca se mancilló. Al contrario, buscó la forma de hacer siempre lo que le gustaba y, por sobre todas las cosas, respirar libertad.
"Mi mamá me daba y me daba, y yo montada en mi macho. Mi hermana me decía: 'Ya, Chata, dile a mi mamá que sí’”. Pero la Chata prefería los golpes a aceptar algo en lo que ella no creía.
A los 11 años, un día que salió temprano de la escuela, Tony decidió ir a caminar a un paraje del pueblo de San Pablo Tepetlapa que solía visitar. De pronto vio a lo lejos a su madre cargando el hula hula que la Chata había pedido con tanta insistencia. Ni siquiera le dio tiempo a Tony de alegrarse cuando su mamá ya lo había roto para zumbarla con el mismo aro.
Esos ahora son momentos de los que Tony se ríe, y recuerda que lo importante es ser feliz y compartir esa sensación con los que te rodean.
Amante de los paisajes y enfermera de profesión, hoy Tony no se arrepiente de nada. Ama su vida y la disfruta bailando danzón. "Lo importante es sentirte siempre maravillosamente".