Meses antes de su primer viaje, su mamá le dijo: "Lo que no te puedo dar, no te lo quito". Cuando Honorina Bañuelos, de 86 años, recuerda estas palabras, sus ojos tiernos y perlados comienzan a inundarse.
Esa misma mujer que le abrió las alas a Nori, falleció antes de verla partir bendiciéndola con un "cuídate mucho, a donde vayas". Nunca le prohibieron hacer lo que a ella le apasionaba.
Al cumplir los 30 años, como secretaria del embajador, Nori viajó a Guatemala en donde trabajó por cuatro años. Luego a Dinamarca, en donde estuvo dos años y más tarde a Venezuela, en donde vivió por una década.
Su estancia como burócrata de la embajada mexicana, le permitieron conocer de primera fuente la vida en estos tres países.
"A mí me gusta conocer nuevos lugares y encontrarles el atractivo. Ubicar a las personas, sus paisajes, ciudades y campos. Cada país es distinto y tiene personalidad propia".
Dinamarca, por ejemplo, es ordenado y frío. Con sus ocho meses de oscuridad al año, las nevadas se convierten en un verdadero espectáculo.
Los dos crudos inviernos que Nori pasó aquí, además de extrañar a su familia, añoraba la luz que brillaba por su ausencia aún a las tres de la tarde.
Guatemala lo describe como un lugar tradicional con gente amable. "Las personas caminan en trajes típicos sobre las carreteras", recuerda la oriunda de Juchipila, Zacatecas.
A diferencia de Venezuela, en Guatemala la gente es humilde y las costumbres cercanas a las de nuestro país.
Para ella, las experiencias que tuvo en cada ciudad son inolvidables y dependieron mucho de la actitud ante la vida y su capacidad de adaptación.
"Los viajes te dan conocimiento, pero nunca pensé en quedarme. Siempre quise regresar a mi casa, a lo mío, a mi país. A México yo no lo cambio por nada".