Celia Grande Hernández le hace honor a su apellido. ‘Chela, La Grande’ es como la conocen a donde va y con quien se codea. Así como grande es su apellido, enormes fueron las pruebas que la vida le puso.
Era una niña cuando su familia se desintegró. El día que sus padres se separaron, Celia apenas cumplía los tres años. De su padre, ferrocarrilero y oriundo de Tepito —como ella y el resto de la familia— no supo más que lo que su madre le contaba: Que era guardameta del Atlante y que como figura pública, salía en la cajetillas de La Central. No supo más.
El abandono de sus figuras paternas inauguró el inicio de una vida complicada en la que Celia tendría que sacar la casta. Retos que hoy, a sus 83 años, se traducen en la fuerza que se refleja todavía en su mirada. Una conquista a su propio destino.
“Si hay que defenderse entonces que resuene en su centro la Tierra. Por lo mismo, como crece uno solo, piensan que no hay nadie quien lo apoye. Si no te pellizcan, te corren y hasta de las greñas te agarran. Por eso desde niña quise convertirme en líder, para poder defenderme”.
Con esta forma de pensar, Chela entró a un internado junto con sus dos hermanos a quienes tuvo que cuidar hasta el día que encontró su primer trabajo.
Entró a trabajar como recepcionista del conmutador de una cárcel preventiva, en donde atendía las llamadas y los reportes de los garitones de 11 polígonos.
Después, terminó en un trabajo que hasta hoy le da identidad: Líder de la Asociación Nacional de Jubilados y Pensionados del Gobierno Federal, lugar que tiene luego de trabajar en el ISSSTE por 40 años.
“Aprendí que en la vida tenemos que defendernos nosotros y trabajar para poder comer. Por eso me gusta leer los reglamentos para poder hacerlo por mi y por todos aquellos que lo necesitan. Creo que informarse es crucial para saber sus derechos y obligaciones y para que la autoridad le otorgue lo que merece al trabajador”, concluye doña Chela.