Querido diario: Me gustan los norteños como Jaime. No sé de qué estado es, pero su acento lo delata. Lo conocí hace un año. Un amigo suyo fue cliente mío antes de mudarse al gabacho.
Nunca le agradecí por dejar un reemplazo tan bueno. Sólo tiene una cosa rara: No puede coger con el televisor apagado. Debe tenerla encendida porque si no… ¿Cómo explicarlo? No le funciona bien aquello. Creo que es algo mental o una especie de cábala. Puede estar en mute, pero tiene que haber imágenes. Casi siempre es porno, pero puede ser cualquier cosa: infomerciales, noticias, futbol, películas, series. todo.
Era sábado en la noche y estábamos pasándola bien. Yo estaba encima de él, agitándome para seguirle al ritmo de su cadera. Me sentía extasiada con sus manos en mis pompis, sus dedos presionando mi carne, el chirrido de la madera de la cama, nuestros gemidos como una sinfonía cachonda. Lo último que sabía era que estaba por venirme y él también. Apreté los dientes y mis entrañas implosionaron como en cámara lenta. Estiré el cuello y miré el techo. Cerré los ojos y abrí la boca, pero nada salía de ella. Era como si algo se hubiera atorado en mi garganta, algo rico y demoledor. Jaime había dado la estocada. Estaba paralizado, con su cadera en alto, empujándome desde abajo. Entonces salió todo lo que tenía que salir y pude respirar. Se me había ido el alma y estaba por deshacerme sobre su pecho. Caí rendida a su lado y entonces nos quedamos viendo en la tele una película porno. Estaba a punto de decir algo, pero me di cuenta de que Jaime se había dormido con los ojos entreabiertos. Con tal de que respirara, todo bien.
Dormité enrollándome en sus brazos y me quedé así un buen rato, acariciando sus manos, sintiendo su abdomen inflarse y desinflarse de respiración contra mi espalda, todo estaba tan tranquilo que me quedé dormida. De pronto sonó mi teléfono y ambos despabilamos.
Me reincorporé en la cama, alcancé mi cel y vi el reloj. Habían pasado horas. Me levanté, fui al baño, me refresqué y volví al cuarto. Era de madrugada. Yo seguía desnuda frente a él, iluminada solamente por la luz del canal porno que, sin sonido, seguía puesto en la televisión. Una rubia de senos enormes devoraba el miembro gigantesco de un tipo.
Jaime se quedó mirándome. Yo estaba por buscar mi ropa para comenzar a vestirme y emprender el regreso a casa, pero entonces sonrió. Verme desnuda y las escenas de la televisión le habían despertado de nuevo las ganas, así que me convenció de quedarme pagando otra hora. Ya estaba allí y el sueño se me había espantado. No me caía mal una lanita extra.
Volví a la cama y me acurruqué otra vez a su lado. Él me abrazó y me besó en el cuello. Fue inevitable dirigir la mirada otra vez hacia la pantalla donde la cara de la rubia era acribillada con el semen del actor.
Jaime se concentraba en besar y lamer mi piel despacito, de modo que me hacía sentir mimadísima. Supongo que una cosa llevó a la otra. No sé, mi cuerpo actuó por su cuenta. Arrimé mi cadera contra su entrepierna y suspiré de placer. Nos besamos apasionadamente y más pronto que tarde estábamos redescubriendo los rincones de nuestros cuerpos desnudos.
Apenas empezamos a comernos y acariciarnos, o un codo, o una rodilla o una nalga o una teta hundió un botón del control remoto y empezaron a cambiarse los canales. Pero ni Jaime ni yo queríamos parar. Después de todo no sentíamos más que nuestro ardiente deseo recorriéndonos e incitándonos a no detenernos hasta las últimas consecuencias. Entrelazamos los dedos y rodamos por la cama una y otra vez. Jaime alzó su torso y empujó hasta el fondo de mi ser. El vaivén fue hipnotizante. Me quedé viendo sin ver la pantalla, escuchando su respiración agitada, sus gemidos confundiéndose con los míos. Los canales cambiaban una y otra vez. Él me penetraba a media luz una y otra vez. Estábamos empapados en sudor. Estábamos al límite, al borde del divino precipicio. Lo sentí palpitar dentro de mí. Clavé mis uñas en su espalda y cerré los ojos. Cuando los abrí, el televisor seguía encendido. Jaime lo apagó cuando salimos de la habitación, de vuelta a la realidad.
Hasta el jueves, Lulú Petite