Querido diario: Luisa, mi amiga y vecina, combina con Carolina. Ambas van de brujas y quieren que me les una para completar el aquelarre. Insisten tanto que termino cediendo. Siempre me convencen para estas locuras. Nadie me manda a tener tan buenas amigas y ser solidaria. El amigo de una amiga en común nos invitó a una fiesta que, según Carolina, promete. Es una de esas fiestas de disfraces de la última semana de octubre-primera de noviembre, entre Halloween y Día de Muertos, que juntan a la Catrina con Harley Quin.
Para entrar, obviamente, hay que llevar disfraz. No me gusta eso del Halloween, pero he de admitir que los disfraces me divierten. De preferencia los que dan risa. A mi amigo, el gordo, siempre quise vestirlo de Henruchito, pero nunca se dejó. De cualquier modo, a esta fiesta sí quiero ir y estoy un poco nerviosa. Carolina sopló su café y miró la calle.
—No es por insinuar nada, pero Fernando también va a ir —dijo Carolina como quien deja burbujas flotando en el aire.
A Fernando lo conocí la semana pasada. Estábamos las tres brujas en un restaurante por Santa Fe, porque el chico con el que Carolina se está acostando es amigo del chef y nos invitó a conocer el lugar. Como para comer no tengo reparos, mucho menos Luisa, no dudamos en ir. Entonces apareció el tal Fernando y saludó al galán de Carolina. Nos presentaron y fue como un flechazo de tensión termoeléctrica. Nos sostuvimos la mirada por más de la cuenta, así como el apretón de manos. De inmediato inflé el pecho y le mostré mi mejor sonrisa. Cruzó algunos comentarios de trabajo con el chico de Carolina y se fue, no sin antes voltear a ver si lo estaba viendo. En fin, sí. Lo estaba viendo. Ahora Carolina trata de juntarnos, cosa que a mí ni me resbala, aunque tengo ganas de saber más del tal Fernando.
Pero al grano. Tuve que apurarme porque el deber llamaba. Las chicas hicieron su rutina de criticarme, porque siempre que salimos abandono el barco y las dejo. Tenía que ver a Julio. Lo de Julio es de negocios, claro. Es chilango de pura cepa y tiene cerca de dos años jubilado. Nunca se casó, pero tuvo una mujer con la que viajó, convivió y hasta pensó tener hijos. Pero le puso los cuernos. Es un tema bastante doloroso para él. Es un hombre muy sencillo y calmado, aunque a sus 57 sigue siendo muy orgulloso y altanero en ese sentido. Desde que le piltrafearon el corazón, decidió no dejarse joder nunca más. Ahora sólo frecuenta a prostitutas y una que otra chica que tampoco quiera algo serio.
—La vida es más fácil así —me dijo esa noche en la habitación.
Me acariciaba el pubis con mucha dulzura. Me tenía acostada boca arriba, mientras me hacía un masajito improvisado muy rico. Sus dedos se deslizaban por mis senos como la seda. No tenía mucho sentido pensar en otra cosa en ese momento, pero supongo que estaba un poco distraída. Pensaba en la fiesta. Además, había tenido que cargar conmigo el bendito disfraz de bruja, que esperaba bien guardadito en la cajuela del coche. Cuando se lo conté a Julio me dijo que quería ver cómo me quedaba. Ni hablar.
—Solamente el sombrero —insistió.
No podía resistirme a las peticiones de un hombre tan experimentado y frontalmente honesto que además me consentía divino. Fui por él. Cuando me agaché para ponérmelo, me vio las pompas y silbó. Me di media vuelta y le hice una pose de magia negra para que me admirara con nada más que el sombrero puesto.
—Perfecto —dijo—. Ahora ven a montarte en la escoba.
Julio estaba esperándome con el sexo en su mano. Me monté encima de él y puse las rodillas junto a sus costillas. Su pene entró en mí como una daga candente. Me sostuvo por las nalgas y me pivoteó mientras agitaba la cadera empezando a excitarme. Mi cabello rozaba la piel de mi espalda y las manos de Julio se escabullían por mis hombros y cuello como si quisiera mantenerme concentrada en medio de un trance erótico. Apoyé mis palmas en su pecho y sentí los latidos galopantes de su corazón. Gemía y exhalaba aire como un desesperado. La madera de la cama rechinaba con nuestro movimiento de barco a la deriva. Podía sentir su miembro crecer dentro de mí, palpitar y bombear cada vez con más potencia. Podía percibir, con las paredes internas de mi vagina, con la membrana húmeda de mi cavernosa y ansiosa vagina, la textura y el grosor de su herramienta viril.
La sábana se enredó entre nuestras piernas cuando rodamos por toda la cama. Parecía que luchábamos, pero estábamos gozando hasta la médula. Aplastamos el sombrero, pero no importaba. Terminamos haciéndolo de pie recostados contra la pared. Desquiciados y gritando de placer. Sus dedos se enterraron en mi carne, su empuje hasta lo más profundo de mi ser me mandó a la Luna, desde donde amarré el grito de clímax, hacia dentro.
A Julio no volverían a partirle el corazón y yo tenía una fiesta a la que asistir como la última de un trío de brujas. Antes de tomar camino a Santa Fe, en la cajuela de mi coche, reacomodé el sombrero. El disfraz es sexy, así deben ser las brujitas. Reí internamente y me dije que la noche apenas empezaba.
Un beso, Lulú Petite