Como la Tortuga Por: Lulú Petite

07/07/2015 03:00 Lulú Petite Actualizada 10:30
 

QUERIDO DIARIO: Hoy conocí a un magnífico dibujante con un acento norteño muy sexy, “bronco”, diría ahora que el apodo está de moda. Se llama Rafael.

—¿Como el renacentista? —pregunté.

—Como la tortuga ninja —dijo sonriendo.

Me gustó su estilo, como el de los hombres de mundo, que no pierden el gusto por el lodo en las botas, la texana de muchas equis y el trabajo en el campo. Es fanático de las máquinas, de los cómics y de las mujeres. Me dijo que le gustaba la anatomía femenina y que, por eso, desde siempre tuvo el pasatiempo de dibujarlas.

Me mostró en su iPad sus trabajos. Todos eran trazos de figuras femeninas. Había de todos los estilos, tamaños, formas y colores, eso sí, todas hermosas. Algunas de senos grandes y curvas prominentes, otras con apenas unos pellizcos por tetas, igual con trazos muy bien hechos.

—Y ¿a mí no me piensas dibujar? —pregunté.

—Claro, pero eso lo haré cuando nos hayamos despedido, para tener con qué recordarte —dijo con picardía.

Seguía viendo los dibujos en su tableta, los trazos eran delicados y precisos. Había bosquejos de muchas cosas, pero casi siempre se trataba de mujeres. En bicicleta, acariciando un gato, metidas en una bañera, viéndose al espejo, de piernas abiertas, posando para el artista.

Mujeres en muchas situaciones. Los rostros eran delicados, sin la exageración de los dibujos japoneses, la simpleza de los gringos ni la franqueza del Libro Vaquero. Eran más bien líneas sencillas y sensuales.

—¿A todas ellas te las has tirado? —le pregunté.

—No, qué más quisiera, la mayoría son sólo resultado de mi imaginación —respondió.

—Pues tienes una imaginación muy productiva —le pregunté.

—Dibujar es mi pasatiempo.

—¿No vives de esto?

—No, vivo de mi rancho. Crío ganado y me va bien. Dibujar me quita el estrés, me ayuda a olvidarme de todo.

—Por ahora, para eso estoy yo aquí.

—Y, créeme, esto me quitará el estrés con mucha más eficacia.

—Pero si me piensas dibujar después, ¿cómo sabré si me gusta?

—Te lo mando a tu correo.

—No, tendrás que dibujarme ahora.

Me paré de espaldas a él, mirando por la ventana y usando solamente mis zapatillas. Tomó una libreta con costilla de espiral, un lápiz y comenzó a dar órdenes.

—Deja caer tu cabello sobre los hombros —me indicó. —Bien, muy bien. Ahora arquea un poco más la espalda. Bien, ahora quédate quieta.

Unos minutos después dijo:

—Ya casi. Un minuto más y listo.

El resultado fue impresionante. Las líneas de mi cuerpo eran precisas sin ser realistas. Las sombras daban profundidad y servían para definir mejor los detalles. 

Había algo muy simple y al mismo tiempo sexual en su dibujo. Admiré la obra y, sinceramente, me reconocí en ella.

—¡Wow! —fue mi veredicto.

—Es tuyo.

—¿En serio? —pregunté.

—Sí —dijo. —Más tarde te volveré a dibujar en la computadora, sobre este boceto. Tomó una fotografía al papel antes de arrancarlo del cuaderno y obsequiármelo.

—¡Fírmalo! —exigí antes de recibirlo.

Era hora de que correspondiera a su generosidad. Puse el dibujo junto a mi bolso y mis manos en su pecho.

Me estampó un beso salvaje en la boca. Su lengua bailaba una danza impúdica con la mía, haciendo circulitos la una alrededor de la otra como serpientes bebé haciendo el amor. Lamió mis senos y pellizcó mis pezones. Me tomó por la cadera, me dio media vuelta y me colocó boca abajo.

—Es hora de cambiar la perspectiva —dijo.

Extendí las piernas y lo recibí en pleno.

—El ángulo modifica la profundidad —continuó explicando a medida que entraba.—La luz dispone las sombras. Las texturas, las formas, las distancias y las dimensiones.

—¡Wow! —repetí, sintiendo el volumen de su miembro.

—Especialmente las dimensiones.

Rafael embistió una, dos, tres veces. Se hincaba y me besaba la curvatura de la nuca. Su pene era de piedra, como un monolito fálico. Con sus manos fuertes, apretaba mis nalgas, paseando sus dedos por toda mi piel. Me hablaba al oído, diciéndome cosas entre dulces y sucias. 

Yo apreté la garganta y estrujé la sábana.

Justo antes de acabar se clavó hasta el fondo y ahogando un grito llenó el preservativo, haciéndome sentir cómo su miembro bombeaba una buena cantidad de leche.

Vaciado y con la respiración agitada, se echó boca arriba en la cama, a mi lado. 

Nos miramos y comenzamos a reírnos.

Su pincel seguía erguido bajo la punta de látex, listo para el arte y de la brocha chorreaba pintura color perla.

—Estuvo muy rico —dije.

Él estaba de acuerdo. Su pecho empapado en sudor ascendía y descendía en busca de bocanadas de oxígeno.

—Eres todo un estuche de monerías —dije quitándole el condón para deshacerme de él. —Guapo, bueno en los negocios, espléndido dibujante y coges rico.

—Favor que me haces.

—Nada de favor, estuvo rico, pero no trabajo por amor al arte, estas pinceladas también se pagan.

Soltó una carcajada y seguimos divirtiéndonos por un rato. Algo me dice que este norteñito me vuelve a llamar. Rafael, como la Tortuga Ninja, así lo guardé en mi teléfono, por si marca de nuevo.

 

Hasta el jueves

Lulú Petite

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